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diumenge, 2 de setembre del 2007

El chocolate

EL CHOCOLATE

En el momento de despertarme, una frase absurda atravesó mi cabeza como un relámpago: «El chocolate no respira bien en la nevera.» Me olvidé del asunto mientras desayunaba, pero unas horas más tarde, al abrir el frigorífico, vi una tableta de chocolate y me pareció que jadeaba, por lo que la metí en el cajón del pan. El problema de las frases que te vienen a la cabeza cuando tienes un pie en el sueño y el otro en la vigilia es que no hay manera de saber si son ocurrencias tuyas o mensajes de la realidad. En cualquier caso, era muy evidente que el chocolate se encontraba más a gusto en el cajón del pan y allí se quedó. Por la tarde, mi mujer preguntó que quién lo había sacado de la nevera y yo puse cara de no saber. «A quién se le ocurre -dijo-, con el calor que hace», mientras volvía a colocarlo en su sitio.

Esa noche no lograba dormirme pensando en la pobre tableta de chocolate. Tenía la impresión de que había utilizado el 100% de las posibilidades de su alma pequeña para pedirme que la liberara, de modo que cuando la respiración de mi mujer se hizo más pausada, me levanté, fui a la cocina y la saqué otra vez de la nevera. Estaba un poco deformada por las horas que había pasado en el cajón del pan, pero me pareció que su tendencia natural era la disolución y que el frío de la nevera hacía lo que las máquinas de los hospitales, que nos mantienen cruelmente aferrados a la vida cuando ya no tenemos arreglo. Durante el desayuno, mi mujer volvió a descubrir el cambio y esta vez se limitó a mirarme con paciencia. Sabe que cuando me obsesiono con algo es mejor darme por imposible.

Durante los días siguientes, cada vez que iba a casa de un amigo me colaba furtivamente en la cocina y liberaba al chocolate del frío. Empezaron a hablar de mí y cuando mi mujer me apretó las tuercas, le dije lo que me había pasado y se rió. «De modo -dijo- que ahora oyes voces que te mandan sacar el chocolate de la nevera. Tú no estás bien.» Y es verdad, no estoy bien. Tampoco hay que ser una eminencia para darse cuenta de que me pasa algo, pero, a pesar de todos mis problemas, soy el único de la familia que se ha dado cuenta de que el chocolate no respira bien en la nevera.

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