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divendres, 23 de setembre del 2005

Coincidencia

COINCIDENCIA

Coincidencia El País 23.09.2005

Vi a tres personas distintas en tres lugares diferentes leyendo el mismo libro, así que pensé que se trataba de un mensaje y me lo compré. Se titulaba Ven y enloquece y otros cuentos de marcianos. Su autor, Frederic Brown, es un loco que alcanzó cierta fama en los cincuenta con relatos de misterio y ciencia-ficción. El primero contaba la historia de un niño que va con sus padres al teatro, a ver a un mago muy famoso. De camino, entran en la catedral, en cuya pila bautismal, mientras sus padres hablan con el párroco, el niño carga una pistola de agua que le acaban de regalar. Ya en el teatro, el mago reclama la ayuda de algún espectador. El niño se adelanta y el mago, que en realidad es Lucifer, provoca, para acabar en ese mismo instante con el mundo, un extraño fuego que el niño apaga disparando un chorro del agua bendita. Nadie, excepto él, se ha dado cuenta de que el mago es Luzbel.

Al regresar a casa, el padre coge una correa para azotar a su hijo. La madre, angustiada, le pregunta por qué. El marido sacude la cabeza: "¿No recuerdas", dice, "que le hemos comprado la pistola de agua de camino hacia el centro y que después de eso no ha estado cerca de ningún grifo? ¿Dónde crees que la ha llenado? La ha llenado cuando hemos parado en la catedral para hablar con el padre Ryan sobre su confirmación. ¡En la pila bautismal! ¡Ha usado el agua bendita para llenar la pistola!". Al poco se escuchan los aullidos del niño y el golpe de la correa sobre sus nalgas. El relato termina así: "Herbie, que había salvado al mundo, recibía su recompensa".

La lectura me puso los pelos de punta porque yo mismo, de niño, había cargado una vez mi pistola en la pila que había a la entrada de la iglesia. El remordimiento por aquella acción me persiguió durante todo el día. Me desperté varias veces en medio de la noche con un sudor frío, convencido de que me iba a condenar. Pensé en el suicidio. Y me suicidé a la mañana siguiente, disparándome en la sien un buen chorro de aquel líquido sagrado. Había olvidado aquel episodio de mi infancia cuando el azar trajo a mis manos el libro de Frederic Brown. Después de todo, me dije, quizá yo había salvado también al mundo al suicidarme.

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