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divendres, 9 de setembre del 2005

Armas

ARMAS

El modelo económico de Estados Unidos es el nuestro, de modo que a la revelación de que los Reyes Magos son los padres y que los niños no vienen de París habrá que añadir en seguida la de que el Séptimo de Caballería no existe. El Séptimo de Caballería era el Estado, que llegaba con su mano (o con su espada, si ustedes lo prefieren) a donde no alcanzaba la del individuo. Cuando uno estaba rodeado por los indios, aislado por la nieve o tirado en medio de la calle por falta de recursos, llegaba el Estado y le rescataba, le lanzaba víveres desde el aire o lo conducía urgentemente al hospital. Todo eso es pura fantasía. Pertenece a una época en la que se aspiraba a alcanzar un equilibrio entre la iniciativa privada y la pública en la convicción de que tenían intereses comunes.

A menos Estado, más pánico, de ahí que en Estados Unidos esté permitida la posesión individual de armas. Cuando nosotros, a base de competir por ver quién es el partido político que baja más los impuestos, tengamos un Estado famélico, también exigiremos que nos permitan guardar una pistola debajo de la almohada y un rifle detrás de la puerta, si no para defendernos frente a eventualidades como la del Katrina, para suicidarnos antes de que nos violen contra las letrinas de un estadio. Y no nos engañemos: vamos hacia una organización económica insolidaria, atroz, injusta, antidemocrática, nazi en más de un aspecto, porque nuestro modelo es un país en el que se ha privatizado todo menos la guerra. Los médicos, los ingenieros, los fármacos, los hospitales de campaña se encuentran en Irak, instaurando la democracia, como es bien sabido.

Pero no todo es malo en el pensamiento económico de la extrema derecha: ya se anuncian los beneficios de la reconstrucción de Nueva Orleans, bien es cierto que en términos de oportunidad de negocio más que en términos de reparación moral. Las imágenes de los damnificados agitando los brazos desde la azotea del Superdome mientras en los pisos inferiores se producían violaciones y crímenes sin cuento evocaban las de los motines carcelarios. Y es que eran presos, en efecto, de una Constitución cuyo primer artículo debería decir: Sálvese quien pueda.

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