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dimarts, 27 de desembre del 2005

Una responsabilidad inesperada

UNA RESPONSABILIDAD INESPERADA

Todos los años, por estas fechas tan señaladas, se me aparece una mosca que ha logrado sobrevivir a los rigores del invierno. No sé de dónde sale, dónde vive, de qué se alimenta. Pero enciendo el ordenador y se materializa de repente ante mis ojos. La pantalla debe emitir radiaciones beneficiosas para estos insectos. De otro modo, no se entiende la pasión con la que se acerca a ella. Ahora mismo, mientras escribo estas líneas, la mosca va de arriba abajo aparentemente absorta. Se detiene en las palabras monosílabas más que en las polisílabas. A veces, sigue el cursor como si siguiera a su madre. Me distrae mucho de mi trabajo, pero no me atrevo a matarla, ni siquiera a espantarla, por una cuestión supersticiosa. Tengo el oscuro convencimiento de que la mosca y el alfabeto están íntimamente relacionados. Quizá si desapareciera ella se borrara una letra del abecedario.

La mosca de este año tiene una característica propia en relación a las de los anteriores: es una mosca anciana. Nunca se me habría ocurrido aplicar este concepto a esta clase de bichos. Viven tan poco, que quizá no tengan tiempo de envejecer. Tal vez sólo envejecen las que logran alcanzar el invierno. Me di cuenta de que era vieja ayer, al observarla con más detenimiento del habitual. Caminaba con dificultad, como una persona con artrosis, y sus alas carecían del brillo que tienen las de las moscas estivales. Por otra parte, apenas volaba; daba saltos, en los que se ayudaba de las alas. Observada con una lupa, advertí en su rostro los estragos del tiempo. No voy a decir que tuviera arrugas, porque no es eso, pero mostraba el cansancio característico de quien ha vivido más de la cuenta. Y estaba sola en el mundo.

Me produce una piedad sin límites este animal. No hago nada por él, pero tampoco en su contra. También me da miedo. Se trata de una manifestación anómala de la existencia. Es, por decirlo rápido, un bulto que le ha salido a la realidad. Y a mí me ha tocado ser su testigo día a día, hora a hora. En alguna medida misteriosa, soy responsable de ella, pero no sé qué obligaciones comporta tener una mosca. Ahora se ha posado en la manga de mi jersey y me ha mirado. ¿Qué rayos quiere?

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