SASTRES E HIJOS
Las llamadas de Camps a su sastre mientras éste comparecía ante el juez eran de desesperación, como cuando te levantas de la cama, te asomas al dormitorio de tu hijo y no está. Dios mío, las nueve de la mañana y no ha vuelto a casa. Entonces empiezas a llamarle desesperadamente y él no te contesta porque se encuentra en el metro o lleva el móvil en la mochila, o quizá lo ha perdido. Cuando no había móviles, te mordías las uñas de desesperación e ibas y venías de la ventana del salón (que da a la calle) a la cocina y de la cocina a la ventana del salón, practicando por el camino ritos, brujerías, ceremonias privadas. Si hago esto, lo veré llegar tan tranquilo. Si permanezco sin respirar treinta segundos, sonará el timbre y será él, que regresará entero. Son tantos los peligros que acechan a un adolescente durante la noche...
A veces escuchabas la radio, por si daban cuenta de algún crimen de algún asesinato, de algún accidente en el que estuviera implicado un joven. Y atendías a la descripción, por si se tratara de tu hijo. Pasaron los años y a tu hijo no le ocurrió nada malo, pero él tiene ahora un hijo adolescente que llega tarde a casa para desesperación de sus padres. Es ley de vida. El sufrimiento va por barrios, por generaciones. No pasa nada, nunca pasa nada, pero si te despiertas a las cinco de la mañana y los hijos no están cada uno en su cama, mal asunto. Irás a la ventana del salón, a ver si llega. Lo curioso es que si le ves llegar te esconderás, para que no piense que eres un padre controlador. El chico (o la chica) entrará en casa canturreando, quizá se prepare un café o vea un rato la tele antes de meterse en la cama. Y tú ahí, escondido (o escondida), detrás de la puerta, preguntándote si se lo hiciste pasar así de mal a tus padres. Al día siguiente, el crío ve 18 llamadas perdidas en su móvil y se ríe de ti. Qué angustias eres, papi.
Qué curioso esto de la asociación libre. Fíjense a dónde me han llevado las llamadas desesperadas de Camps a su sastre. Una, dos, tres, cuatro?, y así hasta 10 ó 12. Pero el sastre no era su hijo, ni se encontraba en peligro. ¿Por qué entonces marcaba su número de forma compulsiva? Por un asunto de facturas, ya ves tú. Mal hecho. Esa forma de telefonear debe reservarse para los hijos.
Las llamadas de Camps a su sastre mientras éste comparecía ante el juez eran de desesperación, como cuando te levantas de la cama, te asomas al dormitorio de tu hijo y no está. Dios mío, las nueve de la mañana y no ha vuelto a casa. Entonces empiezas a llamarle desesperadamente y él no te contesta porque se encuentra en el metro o lleva el móvil en la mochila, o quizá lo ha perdido. Cuando no había móviles, te mordías las uñas de desesperación e ibas y venías de la ventana del salón (que da a la calle) a la cocina y de la cocina a la ventana del salón, practicando por el camino ritos, brujerías, ceremonias privadas. Si hago esto, lo veré llegar tan tranquilo. Si permanezco sin respirar treinta segundos, sonará el timbre y será él, que regresará entero. Son tantos los peligros que acechan a un adolescente durante la noche...
A veces escuchabas la radio, por si daban cuenta de algún crimen de algún asesinato, de algún accidente en el que estuviera implicado un joven. Y atendías a la descripción, por si se tratara de tu hijo. Pasaron los años y a tu hijo no le ocurrió nada malo, pero él tiene ahora un hijo adolescente que llega tarde a casa para desesperación de sus padres. Es ley de vida. El sufrimiento va por barrios, por generaciones. No pasa nada, nunca pasa nada, pero si te despiertas a las cinco de la mañana y los hijos no están cada uno en su cama, mal asunto. Irás a la ventana del salón, a ver si llega. Lo curioso es que si le ves llegar te esconderás, para que no piense que eres un padre controlador. El chico (o la chica) entrará en casa canturreando, quizá se prepare un café o vea un rato la tele antes de meterse en la cama. Y tú ahí, escondido (o escondida), detrás de la puerta, preguntándote si se lo hiciste pasar así de mal a tus padres. Al día siguiente, el crío ve 18 llamadas perdidas en su móvil y se ríe de ti. Qué angustias eres, papi.
Qué curioso esto de la asociación libre. Fíjense a dónde me han llevado las llamadas desesperadas de Camps a su sastre. Una, dos, tres, cuatro?, y así hasta 10 ó 12. Pero el sastre no era su hijo, ni se encontraba en peligro. ¿Por qué entonces marcaba su número de forma compulsiva? Por un asunto de facturas, ya ves tú. Mal hecho. Esa forma de telefonear debe reservarse para los hijos.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada