MISTERIOS
Intento imaginarme en una agencia de viajes, comprando un billete para Sudáfrica. Todo va bien hasta que llega el momento de pagar y empiezo a sacar euros de los bolsillos, hasta ocho mil, que coloco sobre el mostrador. Ahí es donde me muero de vergüenza y se me corta el rollo. Como soy muy voluntarioso, me salto ese trámite y fantaseo con la idea novelesca de que he llegado a Johannesburgo, por donde me muevo como pez en el agua en compañía de unos amigotes. Ahora mismo estoy entrando con las manos cargadas de bolsas en un inmueble del que salgo al rato sin ellas. Pero como soy incapaz de imaginar qué rayos hay dentro de esas bolsas -¿droga, dinero negro, judías verdes?-, se me viene la película abajo y vuelta a empezar.
Me veo entonces de tesorero de un partido político. Tengo sobre la mesa unos informes acerca de la vida privada de un par de compañeros. Como soy muy mala persona, paso los informes al secretario general, que en vez de preguntarme de dónde provienen y quién los ha pagado, los mete en un cajón y dice que me olvide del asunto. Inverosímil también, se mire por donde se mire. Cambiemos de escenario. Intento escribir un diálogo entre un alcalde y una presidenta de comunidad que se odian a muerte, aunque tienen los mismos ideales. La escena transcurre en un ascensor. Ella le dice a él que cuando el jefe de ambos se estrelle, tendrán por fin una oportunidad. ¿Pero quién se traga que además de odiarse entre sí deseen la desaparición de su líder? Tampoco cuela. Lo de las adjudicaciones irregulares para la explotación de los campos de golf ni lo pruebo, pues desconozco ese deporte.
Trato de imaginar que soy un dirigente político cuyo principal argumento para que le voten es que su adversario es maricón. No me sale. Ahora soy el presidente de un país, pero me veo envuelto en un lío de trajes. Mientras mi sastre declara ante el juez, yo le telefoneo desesperadamente al móvil, para que diga que me aplicó el descuento normal. No funciona. El 96,5% de los novelistas en activo serían incapaces de sacar adelante cualquiera de estas tramas. Y sin embargo hay novelas. Claro que el 96,5% de los conductores en activo suspendería el carné de conducir y sin embargo hay tráfico.
Intento imaginarme en una agencia de viajes, comprando un billete para Sudáfrica. Todo va bien hasta que llega el momento de pagar y empiezo a sacar euros de los bolsillos, hasta ocho mil, que coloco sobre el mostrador. Ahí es donde me muero de vergüenza y se me corta el rollo. Como soy muy voluntarioso, me salto ese trámite y fantaseo con la idea novelesca de que he llegado a Johannesburgo, por donde me muevo como pez en el agua en compañía de unos amigotes. Ahora mismo estoy entrando con las manos cargadas de bolsas en un inmueble del que salgo al rato sin ellas. Pero como soy incapaz de imaginar qué rayos hay dentro de esas bolsas -¿droga, dinero negro, judías verdes?-, se me viene la película abajo y vuelta a empezar.
Me veo entonces de tesorero de un partido político. Tengo sobre la mesa unos informes acerca de la vida privada de un par de compañeros. Como soy muy mala persona, paso los informes al secretario general, que en vez de preguntarme de dónde provienen y quién los ha pagado, los mete en un cajón y dice que me olvide del asunto. Inverosímil también, se mire por donde se mire. Cambiemos de escenario. Intento escribir un diálogo entre un alcalde y una presidenta de comunidad que se odian a muerte, aunque tienen los mismos ideales. La escena transcurre en un ascensor. Ella le dice a él que cuando el jefe de ambos se estrelle, tendrán por fin una oportunidad. ¿Pero quién se traga que además de odiarse entre sí deseen la desaparición de su líder? Tampoco cuela. Lo de las adjudicaciones irregulares para la explotación de los campos de golf ni lo pruebo, pues desconozco ese deporte.
Trato de imaginar que soy un dirigente político cuyo principal argumento para que le voten es que su adversario es maricón. No me sale. Ahora soy el presidente de un país, pero me veo envuelto en un lío de trajes. Mientras mi sastre declara ante el juez, yo le telefoneo desesperadamente al móvil, para que diga que me aplicó el descuento normal. No funciona. El 96,5% de los novelistas en activo serían incapaces de sacar adelante cualquiera de estas tramas. Y sin embargo hay novelas. Claro que el 96,5% de los conductores en activo suspendería el carné de conducir y sin embargo hay tráfico.
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