PELIGROS DEL TIEMPO LIBRE
En El factor humano, el excelente libro de John Carlin sobre Nelson Mandela, se nos explica que en la Sudáfrica del apartheid se reconocían cuatro grupos raciales diferentes: blancos, mestizos, indios y negros, por este orden de importancia. Había leyes para todos en general y para cada uno en particular. Entre las que afectaban a todos, se encontraba la Ley de Inmoralidad, que prohibía el matrimonio y las relaciones sexuales entre sujetos de distintas razas. Cabe imaginar el aparato burocrático dedicado a la vigilancia y al cumplimiento de esta ley que hoy, en cualquier parte del mundo, incluida la propia Sudáfrica, se reconoce como absurda. Sin embargo, estaba en vigor no hace tanto tiempo. Asombra la capacidad del ser humano para adaptarse al sinsentido. A veces, nos relacionamos mejor con él que con la lógica (sea lo que sea la lógica).
En Cuba, por ejemplo, todavía se practica la autocrítica. El vicepresidente Carlos Lage y el ministro de exteriores, Felipe Pérez Roque, recientemente cesados, fueron forzados a confesar públicamente sus culpas mientras interiormente se cagaban en la revolución. La autocrítica es una práctica absurda, además de humillante, que la sociedad cubana ha aceptado, al parecer, sin problemas, como en la Sudáfrica de hace nada se aceptaba la división de la ciudadanía en razas. Pero ahí los tenían ustedes, dos hombres como dos castillos auto-inculpándose de los crímenes que el Buró Político les había pasado en una nota por debajo de la mesa. Qué remedio, si pretendían continuar viviendo.
Lo bueno del absurdo es que cuando parece haber alcanzado su cénit, llega un funcionario y logra darle otra vuelta de tuerca. Así, en el apartheid sudafricano, siempre según Carlin, se podía aspirar a cambiar de raza legalmente. Si usted superaba una serie de pruebas (todas delirantes), podía pasar de indio a negro, o de negro a mestizo, o de mestizo a blanco. No tenemos ni idea de cómo dar una vuelta de tuerca a la autocrítica cubana para que resulte más humillante y para que produzca más vergüenza ajena. Pero es que nosotros no somos funcionarios. Ya se le ocurrirá a alguno, si no, al propio Castro, que ahora tiene mucho tiempo libre.
En El factor humano, el excelente libro de John Carlin sobre Nelson Mandela, se nos explica que en la Sudáfrica del apartheid se reconocían cuatro grupos raciales diferentes: blancos, mestizos, indios y negros, por este orden de importancia. Había leyes para todos en general y para cada uno en particular. Entre las que afectaban a todos, se encontraba la Ley de Inmoralidad, que prohibía el matrimonio y las relaciones sexuales entre sujetos de distintas razas. Cabe imaginar el aparato burocrático dedicado a la vigilancia y al cumplimiento de esta ley que hoy, en cualquier parte del mundo, incluida la propia Sudáfrica, se reconoce como absurda. Sin embargo, estaba en vigor no hace tanto tiempo. Asombra la capacidad del ser humano para adaptarse al sinsentido. A veces, nos relacionamos mejor con él que con la lógica (sea lo que sea la lógica).
En Cuba, por ejemplo, todavía se practica la autocrítica. El vicepresidente Carlos Lage y el ministro de exteriores, Felipe Pérez Roque, recientemente cesados, fueron forzados a confesar públicamente sus culpas mientras interiormente se cagaban en la revolución. La autocrítica es una práctica absurda, además de humillante, que la sociedad cubana ha aceptado, al parecer, sin problemas, como en la Sudáfrica de hace nada se aceptaba la división de la ciudadanía en razas. Pero ahí los tenían ustedes, dos hombres como dos castillos auto-inculpándose de los crímenes que el Buró Político les había pasado en una nota por debajo de la mesa. Qué remedio, si pretendían continuar viviendo.
Lo bueno del absurdo es que cuando parece haber alcanzado su cénit, llega un funcionario y logra darle otra vuelta de tuerca. Así, en el apartheid sudafricano, siempre según Carlin, se podía aspirar a cambiar de raza legalmente. Si usted superaba una serie de pruebas (todas delirantes), podía pasar de indio a negro, o de negro a mestizo, o de mestizo a blanco. No tenemos ni idea de cómo dar una vuelta de tuerca a la autocrítica cubana para que resulte más humillante y para que produzca más vergüenza ajena. Pero es que nosotros no somos funcionarios. Ya se le ocurrirá a alguno, si no, al propio Castro, que ahora tiene mucho tiempo libre.
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