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diumenge, 31 de juliol del 2011

Menos tu autopsia

MENOS TU AUTOPSIA

Seguí a Amy Winehouse de reojo hasta que el otro día me tropecé con ella de frente. Pero estaba muerta. No conoces a la gente hasta que se muere. Amy no era guapa ni sabía vestir, o bien era una guapa a la contra y una especie de dandi a la contra también. Menos tu autopsia, todo es confuso, podríamos decir de ella parafraseando a Miguel Hernández. Menos tu autopsia, todo es oculto. Amy era una guapa inversa y una modelo inversa, lo sé porque esta chica le gustaba mucho a mi lado raro, o sea, que era mi alma gemela, mi Rimbaud, si yo hubiera tenido el talento maldito de Verlaine. Pero Amy Winehouse tenía otra virtud, también contradictoria, y es que fue toda su vida el vivo retrato de su cadáver.

Eso es lo que más me gustaba de ella. Me gustaba y me daba miedo, claro, porque lo suyo no era la parafernalia teatral de Lady Gaga, era una cosa más profunda, más diabólica, más sórdida, más solitaria (en el sentido de tenia). Resulta más auténtica una falsa Amy que una verdadera Gaga. La pena es que la Amy fallecida era la original, la auténtica, más auténtica cuanto más se enredaba con el cable del micrófono, cuanto más se caía en el escenario, cuanto más tropezaba con sus adicciones. Era más Amy cuanto más tarde llegaba a los conciertos. Por eso no se entiende, que es a lo que íbamos, que sus fans se enfadaran cuando había que suspender el espectáculo. Pero si el suspenso, por Dios, era el rasgo esencial de su carácter. Nos gustaba por sus suspensos y le reprochábamos que suspendiera: he ahí una contradicción burguesita.

«¡Hemos pagado por oírla cantar!», se quejaban los pijos con la entrada en la mano, preguntando por la ventanilla donde devolvían la pasta. Nada de eso, amigos. Los conciertos de Amy no eran para verla cantar, sino para observar de cerca su ebriedad, que cultivaba con el esmero con el que un poeta de provincias cuenta las sílabas de un endecasílabo. En cada actuación, con independencia de que cantara o no, daba una clase práctica de descenso a los infiernos. Pobre chica, no sabía subir escaleras, sólo bajarlas. Y las bajaba como podía, como Dios le daba a entender, con unos taconazos como dos puñales. Menos tu autopsia, todo inseguro.

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