A VER SI NOS ANIMAMOS
También Obama ha pronunciado ya la frase-mantra inventada en España: «No somos ni Grecia ni Portugal». Ya que no podemos exportar otras cosas, exportamos frases, frases que nos compra el mismísimo presidente de los EE UU. Ahí tienen al gobernante más poderoso del universo mundo comparando a su país con dos naciones de la periferia de Europa. A sus compatriotas, poco duchos en geografía, les habrá sonado a chino. Como si Zapatero dijera aquí que no somos Zupalacablán, suponiendo que Zupalacablán existiera y que se tratara de una aldea remota de la India. No somos ni Grecia ni Portugal. Curiosa afirmación negativa, sobre todo por aquello de dime de qué presumes y te diré de qué careces. Desde que nosotros comenzamos a recitar esta mantra, hace ya meses o años, no hemos hecho otra cosa que acercarnos a Grecia y a Portugal. Somos hoy más Grecia y Portugal que ayer, pero menos que mañana. Tendría gracia que los EE UU devinieran asimismo en una especie de Grecia y Portugal. Nunca se sabe. Uno acaba por parecerse a lo que más teme.
Así las cosas, quizá haya llegado el momento de dejarse de afirmaciones negativas para señalar con orgullo lo contrario. Por qué no proclamar a los cuatro vientos que «somos Grecia y Portugal». Al modo en que cuando nos solidarizamos con alguien nos colocamos en la solapa la chapa famosa de «Todos somos fulano de tal», nos deberíamos colocar ya el cartel de «Todos somos Grecia y Portugal». Sin olvidar, claro, que también somos Irlanda e Islandia y hasta Italia, con la vergüenza que da ser paisano de Berlusconi. El hecho es que a todos nos está haciendo polvo la política de la señora Merkel. Si no podemos ser Alemania, como ingenuamente veníamos creyendo, reivindiquemos sin miedo nuestra verdadera identidad.
Ignoro cuántos habitantes sumamos entre los países citados más arriba, incluido el nuestro, pero seguro que pasamos de los 170 millones. Somos muchos, oiga. No es más que una idea, pero podríamos construir una segunda Europa, un segundo euro, una segunda deuda soberana, un segundo modo de hacer las cosas. Ya está bien de ir con la lengua fuera detrás de Alemania. A ver si nos animamos.
También Obama ha pronunciado ya la frase-mantra inventada en España: «No somos ni Grecia ni Portugal». Ya que no podemos exportar otras cosas, exportamos frases, frases que nos compra el mismísimo presidente de los EE UU. Ahí tienen al gobernante más poderoso del universo mundo comparando a su país con dos naciones de la periferia de Europa. A sus compatriotas, poco duchos en geografía, les habrá sonado a chino. Como si Zapatero dijera aquí que no somos Zupalacablán, suponiendo que Zupalacablán existiera y que se tratara de una aldea remota de la India. No somos ni Grecia ni Portugal. Curiosa afirmación negativa, sobre todo por aquello de dime de qué presumes y te diré de qué careces. Desde que nosotros comenzamos a recitar esta mantra, hace ya meses o años, no hemos hecho otra cosa que acercarnos a Grecia y a Portugal. Somos hoy más Grecia y Portugal que ayer, pero menos que mañana. Tendría gracia que los EE UU devinieran asimismo en una especie de Grecia y Portugal. Nunca se sabe. Uno acaba por parecerse a lo que más teme.
Así las cosas, quizá haya llegado el momento de dejarse de afirmaciones negativas para señalar con orgullo lo contrario. Por qué no proclamar a los cuatro vientos que «somos Grecia y Portugal». Al modo en que cuando nos solidarizamos con alguien nos colocamos en la solapa la chapa famosa de «Todos somos fulano de tal», nos deberíamos colocar ya el cartel de «Todos somos Grecia y Portugal». Sin olvidar, claro, que también somos Irlanda e Islandia y hasta Italia, con la vergüenza que da ser paisano de Berlusconi. El hecho es que a todos nos está haciendo polvo la política de la señora Merkel. Si no podemos ser Alemania, como ingenuamente veníamos creyendo, reivindiquemos sin miedo nuestra verdadera identidad.
Ignoro cuántos habitantes sumamos entre los países citados más arriba, incluido el nuestro, pero seguro que pasamos de los 170 millones. Somos muchos, oiga. No es más que una idea, pero podríamos construir una segunda Europa, un segundo euro, una segunda deuda soberana, un segundo modo de hacer las cosas. Ya está bien de ir con la lengua fuera detrás de Alemania. A ver si nos animamos.
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