HASTA HOY
En el bar de mi gin tonic de media tarde suelo coincidir con un compañero de barra que además de tener un Rolex le gusta hablar de filosofía y cita todo el tiempo a Platón. Hace poco le pregunté si el Rolex era la versión platónica del objeto reloj y me dijo que sí, sin duda, para añadir enseguida:
-Este que llevo puesto, no. Este es falso. Me dieron el cambiazo en el control de seguridad del aeropuerto.
A continuación me relató una historia inverosímil según la cual un día que volaba a Barcelona, su reloj de marca fue sustituido, dentro del túnel de seguridad por el que atraviesan los objetos metálicos, por una imitación.
-No puedo estar oyendo lo que me estás diciendo- le dije.
-Y no sólo me ha ocurrido con el reloj. Fíjate en este cinturón- añadió desabrochándose la chaqueta.
Se trataba de un cinturón de Loewe, supuse que muy caro.
-¿Qué le ocurre al cinturón?- pregunté.
-Pues que también es falso y también me lo cambiaron en el control de seguridad de la T-4 de Barajas. Como me di cuenta de que hablaba en serio, procuré no llevarle la contraria. Me limité a expresar:
-¡Qué raro!
El indivíduo, que no sé ni cómo se llama, pidió otro gin tonic y comenzó a explayarse sobre el peligro de los túneles en general. Afirmó que hay túneles en los que si no llevas cuidado te cambian hasta el alma y me recomendó que si tenía hijos pequeños (cosa verdaderamente improbable) jamás los montara en esa atracción de feria conocida como el Tren de la Bruja.
-Ahí entra un niño y sale otro. Te crees que has recogido a tu hijo y no, lo que pasa es que te devuelven la misma envoltura, el mismo cuerpo, con un alma distinta.
Empecé a sentir escalofríos, de modo que pagué mi consumición y salí a la calle. Si bien lo que me había contado era increíble desde el punto de vista de la realidad, poseía una extraña verosimilitud desde el punto de vista de la ficción. El caso es que al día siguiente, tuve que tomar un avión y me dio como miedo atravesar el arco de seguridad. Una vez pasado, me sentí extraño, como si me hubieran cambiado el alma. Y hasta hoy.
En el bar de mi gin tonic de media tarde suelo coincidir con un compañero de barra que además de tener un Rolex le gusta hablar de filosofía y cita todo el tiempo a Platón. Hace poco le pregunté si el Rolex era la versión platónica del objeto reloj y me dijo que sí, sin duda, para añadir enseguida:
-Este que llevo puesto, no. Este es falso. Me dieron el cambiazo en el control de seguridad del aeropuerto.
A continuación me relató una historia inverosímil según la cual un día que volaba a Barcelona, su reloj de marca fue sustituido, dentro del túnel de seguridad por el que atraviesan los objetos metálicos, por una imitación.
-No puedo estar oyendo lo que me estás diciendo- le dije.
-Y no sólo me ha ocurrido con el reloj. Fíjate en este cinturón- añadió desabrochándose la chaqueta.
Se trataba de un cinturón de Loewe, supuse que muy caro.
-¿Qué le ocurre al cinturón?- pregunté.
-Pues que también es falso y también me lo cambiaron en el control de seguridad de la T-4 de Barajas. Como me di cuenta de que hablaba en serio, procuré no llevarle la contraria. Me limité a expresar:
-¡Qué raro!
El indivíduo, que no sé ni cómo se llama, pidió otro gin tonic y comenzó a explayarse sobre el peligro de los túneles en general. Afirmó que hay túneles en los que si no llevas cuidado te cambian hasta el alma y me recomendó que si tenía hijos pequeños (cosa verdaderamente improbable) jamás los montara en esa atracción de feria conocida como el Tren de la Bruja.
-Ahí entra un niño y sale otro. Te crees que has recogido a tu hijo y no, lo que pasa es que te devuelven la misma envoltura, el mismo cuerpo, con un alma distinta.
Empecé a sentir escalofríos, de modo que pagué mi consumición y salí a la calle. Si bien lo que me había contado era increíble desde el punto de vista de la realidad, poseía una extraña verosimilitud desde el punto de vista de la ficción. El caso es que al día siguiente, tuve que tomar un avión y me dio como miedo atravesar el arco de seguridad. Una vez pasado, me sentí extraño, como si me hubieran cambiado el alma. Y hasta hoy.
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