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divendres, 20 de febrer del 2009

IncreÍble naturalidad

INCREÍBLE NATURALIDAD

Tengo desde hace años un trabajo cuya primera actividad consiste en leer la prensa. Parece un privilegio, y venía siéndolo, la verdad, hasta hace poco. Me gustaba el paseo hasta el quiosco, la breve conversación con Alfredo. Me sentía bien regresando a casa con los periódicos debajo del brazo, con la realidad -toda la realidad- debajo del brazo. Si era primavera porque era primavera; si verano, porque verano; si invierno, porque invierno. Luego llegaba a casa y comenzaba el rito del café. Mientras el agua hervía, hojeaba la última página de los diarios, leyendo los artículos en diagonal, como un aperitivo, como calentando motores. Y volvía a sentirme un privilegiado.

Ahora hay días en los que la lectura de los periódicos empieza a parecerme una condena. ¿Soy yo o son los periódicos? ¿Soy yo o es la realidad? Vean, por ejemplo, el caso de ese chico, el asesino de Marta. Siempre ha habido crímenes horrorosos. Uno cuenta con ellos, forman parte del balance diario. Asumimos que hay criminales, que hay mal. Ahora bien, ¿cómo logró este asesino convencer a su hermano y a dos amigos de que le ayudaran a deshacerse del cadáver?

Deshacerse de un cadáver (si la chica estaba muerta antes de ser arrojada al río, pues parece que hay dudas) no es una cosa cualquiera. No es como echar una mano para limpiar el garaje o para hacer una mudanza. Sin embargo, con tal naturalidad parecieron aceptarlo los cómplices. Te llama un amigo, te dice que ha asesinado a su exnovia y que vengas con el coche y una manta para deshacerte de su cuerpo, y tú dices que sí, que terminas de tomarte el café y vas para allá.

No me cabe en la cabeza, la verdad. Esos tres individuos que ayudaron al asesino deberían explicar por qué no dieron aviso a la policía, por qué no se espantaron, por qué aceptaron con esa naturalidad la demanda que les hacía el criminal. De un tiempo a esta parte, vivimos el horror con la sencillez que en los sueños aceptamos las cosas más extrañas. ¿Dónde ha quedado la perplejidad moral? ¿Dónde los escrúpulos de conciencia? ¿Dónde el límite entre lo que se puede hacer y lo que de ninguna manera es aceptable? Y estoy aún en la primera página del periódico.

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