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dilluns, 16 de febrer del 2009

Desdoblamiento

DESDOBLAMIENTO

Volaba por el salón de mi casa a bordo de un helicóptero del tamaño de un pájaro. El aparato disponía de un mando para subir o bajar y otro para ir hacia delante o hacia atrás, también a derecha e izquierda. Podía quedarme detenido en un punto, aunque cualquier corriente de aire, por pequeña que fuera, afectaba a los movimientos del vehículo. Lógicamente, y en proporción con el tamaño de éste, yo era también un ser diminuto. Procuraba volar a medio metro del techo, para no chocar con él, aunque a veces ascendía hasta casi rozarlo para observar lo que había sobre los muebles, además de polvo. Descubrí en una lámpara de difícil acceso tres cadáveres de mariposas polillas cuya pasión por la luz les había provocado la muerte. Tenían el abdomen tostado, como un pollo recién sacado del horno. El cadáver de una mariposa no llama la atención a menos que tenga tu tamaño y los de estos insectos tenían el mío, de modo que me impresionaron vivamente.

En esto, noté que los mandos no me obedecían. Miré hacia abajo para calcular la caída y me descubrí sentado en el sofá (a tamaño normal), manejando un mando a distancia característico de los helicópteros de juguete. El helicóptero, de hecho, siguió funcionando perfectamente, salvando los obstáculos y efectuando graciosos giros en el aire, sólo que ahora conducido desde abajo. Entonces entró alguien en el salón y abrió una ventana, para ventilar. El helicóptero se dirigió hacia ella y salió al jardín, donde casi somos arrollados por un pájaro. Ya sin el límite del techo, el aparato se elevó hasta ofrecerme una perspectiva inédita del barrio. Tomé los mandos, para regresar, pero no me respondían.

Tras volar un buen trecho, y a una altura considerable, el aparato se posó suavemente sobre la azotea de un edificio muy alto, que no reconocí, y detuvo sus motores, como si hubiéramos llegado a destino. Entre tanto, el helicóptero y yo habíamos recuperado nuestros tamaños normales. Descendí, busqué una puerta y salí al interior del edificio que tenía varios ascensores. Bajé a la calle y me enfrenté a una ciudad desconocida. Me desperté desdoblado, incómodo, sin saber si era el del sofá o el otro. Las siestas, como no las controles, son terribles.

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