ARMANI VERSUS MILANO
Estos días, leyendo alguna reseña sobre los bienes del tal Paco Correa, hemos tropezado más de una vez con la expresión «yate de lujo». El encausado era aficionado, por lo visto, a los yates de lujo. Ignorábamos que hubiera yates modestos, o sencillos, yates para pobres, en fin. Pero son tantas las cosas que ignoramos y tantas las sorpresas que nos viene dando la vida, que ya no nos atrevemos a realizar afirmaciones contundentes respecto a nada. Por otra parte, resulta muy consoladora la idea de que un pobre, incluso en estos tiempos de dificultades, pueda aventurarse a la mar con un yate, aunque sea de imitación.
Obsesivo como soy, continúo dándole vueltas al asunto y no logro imaginar un yate modesto, la verdad. Pongamos que el capitán vaya vestido como un mendigo, vale. Y que el cocinero sólo sepa hacer filetes con patatas, de acuerdo. Y que la cubierta del barco, en vez de ser de maderas nobles, sea de baldosas baratas, bueno. Y que en vez de metros, tenga centímetros de eslora. Y que careza de popa, tal vez de proa. Y que el casco sea de formica, y que no funcionen la ducha ni la brújula ni el gps. Podemos continuar quitándole atributos (o poniéndoselos, según se mire) hasta convertirlo en un yate de pobre, pero entonces ya no es un yate, es otra cosa. ¿Por qué, pues, esta insistencia en afirmar que Correa se moría por los yates de lujo?
Sin embargo, un presidente, de confirmarse las informaciones en circulación, era aficionado a los trajes de Milano. Te presentas en un yate de lujo con un traje de Milano y te corren a gorrazos, como si recibes un Oscar vestido de Zara. En los trajes se dan graduaciones militares que nos cuesta percibir en las embarcaciones de recreo. Hubo un delincuente llamado Camacho (Gescartera, ¿recuerdan?) que tenía más de cien trajes de Armani en el armario. Con lo que vale un Armani te compras diez Milanos. Las informaciones hablan de 30.000 euros en trajes de Milano. Muchos trajes modestos nos parecen, incluso para el presidente de una comunidad. Hay que ser un loco de los trajes modestos para gastarse cinco millones de pesetas en ellos. Casi nos parece más normal la obsesión por los yates de lujo.
Estos días, leyendo alguna reseña sobre los bienes del tal Paco Correa, hemos tropezado más de una vez con la expresión «yate de lujo». El encausado era aficionado, por lo visto, a los yates de lujo. Ignorábamos que hubiera yates modestos, o sencillos, yates para pobres, en fin. Pero son tantas las cosas que ignoramos y tantas las sorpresas que nos viene dando la vida, que ya no nos atrevemos a realizar afirmaciones contundentes respecto a nada. Por otra parte, resulta muy consoladora la idea de que un pobre, incluso en estos tiempos de dificultades, pueda aventurarse a la mar con un yate, aunque sea de imitación.
Obsesivo como soy, continúo dándole vueltas al asunto y no logro imaginar un yate modesto, la verdad. Pongamos que el capitán vaya vestido como un mendigo, vale. Y que el cocinero sólo sepa hacer filetes con patatas, de acuerdo. Y que la cubierta del barco, en vez de ser de maderas nobles, sea de baldosas baratas, bueno. Y que en vez de metros, tenga centímetros de eslora. Y que careza de popa, tal vez de proa. Y que el casco sea de formica, y que no funcionen la ducha ni la brújula ni el gps. Podemos continuar quitándole atributos (o poniéndoselos, según se mire) hasta convertirlo en un yate de pobre, pero entonces ya no es un yate, es otra cosa. ¿Por qué, pues, esta insistencia en afirmar que Correa se moría por los yates de lujo?
Sin embargo, un presidente, de confirmarse las informaciones en circulación, era aficionado a los trajes de Milano. Te presentas en un yate de lujo con un traje de Milano y te corren a gorrazos, como si recibes un Oscar vestido de Zara. En los trajes se dan graduaciones militares que nos cuesta percibir en las embarcaciones de recreo. Hubo un delincuente llamado Camacho (Gescartera, ¿recuerdan?) que tenía más de cien trajes de Armani en el armario. Con lo que vale un Armani te compras diez Milanos. Las informaciones hablan de 30.000 euros en trajes de Milano. Muchos trajes modestos nos parecen, incluso para el presidente de una comunidad. Hay que ser un loco de los trajes modestos para gastarse cinco millones de pesetas en ellos. Casi nos parece más normal la obsesión por los yates de lujo.
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