MALAS NOTICIAS
Bajo al comedor del hotel para desayunar y pregunto al camarero si han llegado los periódicos. Me dice que no, pero que están a punto. Tomo mi zumo de naranja, mi fruta, mis cereales y ocupo una mesa junto a un tipo rubio, nórdico sin duda, que se está comiendo un par de huevos fritos con beicon, transgresión dietética que no practico desde hace años, los mismos que llevo sin fumar aproximadamente. Pido un té verde a la camarera y el hombrecito que se mueve por el interior de mi cabeza (yo mismo a tamaño escala) intenta recordar los sueños de esta noche. El hombrecito se mueve con dificultades entre la niebla de la bóveda craneal, que es como de puré de guisantes, la que más temen los pilotos de avión. En esto, en lugar de dar con un sueño, el hombrecito da con un recuerdo: el de la primera vez que estuve en un hotel y lo que disfruté con el bufé. Iba con un amigo que me aconsejó probarlo todo para ahorrarnos la comida, pues estábamos haciendo un viaje cultural con muy poco dinero y cuando había una oportunidad de comer, nos hartábamos. Dado que no estaba acostumbrado a desayunar aquellas barbaridades, caí enfermo y se arruinó la mitad del viaje.
En éstas, se acerca el camarero y me dice:
-Ya han llegado los periódicos, pero traen malas noticias. Usted verá.
Permanezco atónito durante unos segundos, igual que el hombrecito a escala del interior de mi cerebro. Jamás nos había ocurrido nada semejante. Tampoco se detecta en el camarero un tono de broma que pudiera justificar su salida.
-Tráigamelos de todos modos, por favor.
Al rato, vuelve con un par de periódicos deportivos. En efecto, en la primera página de los dos viene que la selección española de fútbol ha empatado un partido, pero no pensé, tal como está el patio, que se refiriera a ese tipo de malas noticias. Tampoco se me pasó por la cabeza que me trajera periódicos deportivos. O sea, que el hombrecillo y yo estamos francamente desconcertados.
El nórdico se ha levantado y ha vuelto con un par de salchichas. ¿En qué ciudad estamos?, pregunto, extrañado, al hombrecillo. No me acuerdo, dice él.
Bajo al comedor del hotel para desayunar y pregunto al camarero si han llegado los periódicos. Me dice que no, pero que están a punto. Tomo mi zumo de naranja, mi fruta, mis cereales y ocupo una mesa junto a un tipo rubio, nórdico sin duda, que se está comiendo un par de huevos fritos con beicon, transgresión dietética que no practico desde hace años, los mismos que llevo sin fumar aproximadamente. Pido un té verde a la camarera y el hombrecito que se mueve por el interior de mi cabeza (yo mismo a tamaño escala) intenta recordar los sueños de esta noche. El hombrecito se mueve con dificultades entre la niebla de la bóveda craneal, que es como de puré de guisantes, la que más temen los pilotos de avión. En esto, en lugar de dar con un sueño, el hombrecito da con un recuerdo: el de la primera vez que estuve en un hotel y lo que disfruté con el bufé. Iba con un amigo que me aconsejó probarlo todo para ahorrarnos la comida, pues estábamos haciendo un viaje cultural con muy poco dinero y cuando había una oportunidad de comer, nos hartábamos. Dado que no estaba acostumbrado a desayunar aquellas barbaridades, caí enfermo y se arruinó la mitad del viaje.
En éstas, se acerca el camarero y me dice:
-Ya han llegado los periódicos, pero traen malas noticias. Usted verá.
Permanezco atónito durante unos segundos, igual que el hombrecito a escala del interior de mi cerebro. Jamás nos había ocurrido nada semejante. Tampoco se detecta en el camarero un tono de broma que pudiera justificar su salida.
-Tráigamelos de todos modos, por favor.
Al rato, vuelve con un par de periódicos deportivos. En efecto, en la primera página de los dos viene que la selección española de fútbol ha empatado un partido, pero no pensé, tal como está el patio, que se refiriera a ese tipo de malas noticias. Tampoco se me pasó por la cabeza que me trajera periódicos deportivos. O sea, que el hombrecillo y yo estamos francamente desconcertados.
El nórdico se ha levantado y ha vuelto con un par de salchichas. ¿En qué ciudad estamos?, pregunto, extrañado, al hombrecillo. No me acuerdo, dice él.
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