SIEMPRE HAY UN AGUJERO
Piensa uno en un volcán submarino como el de El Hierro, cuyo cráter tiene, por lo visto, 120 metros, y le vienen a uno a la cabeza todos los monstruos con los que ha soñado de niño y de mayor, con los que todavía sueña. Se dice pronto, una boca irregular gigante, sin labios, que respira desde las profundidades del océano, arrojando con su aliento gases y fluidos de diversa naturaleza y de colores llamativos, entre los que predomina el verde, como en el vómito de una comida de Navidad. Si una boca de esas características da miedo en un cuento de tapa dura, imaginarla en el fondo del mar produce pánico. Aun sabiendo que se trata de un fenómeno natural, de carácter geológico, piensa uno en ella como si se tratara de una boca humana, o inhumana, pero de carne, en fin, pura biología al servicio del terror. Para añadir más desasosiego al asunto, resulta que esta boca se encuentra en una zona llamada Mar de las Calmas. Todo cuadra. El infierno se manifiesta con frecuencia en el pasillo de la propia vivienda. Cuando en una película policiaca no pasa nada, o es muy mala o está a punto de ocurrir algo atroz. Ignoro si el nombre Mar de las Calmas es irónico, pero merecería serlo, dada la situación.
Las profundidades marinas se han utilizado con frecuencia como metáfora del mundo subconsciente. No nos extraña. También en ese Mar de las Calmas de la geografía psíquica aparecen a veces cráteres de una actividad inusitada que acaban conduciéndole a uno al diván del psicoanalista o a la consulta del psiquiatra. Por las rendijas del subconsciente llegan a las superficie consciente gases, materiales y fluidos que alteran la existencia cotidiana de cada uno como el cráter de El Hierro ha alterado la vida colectiva de los habitantes de La Restinga que era, hasta el momento, un lugar paradisíaco para los aficionados al buceo. ¿Qué habrá ahí abajo?, se preguntaban estos exploradores submarinos ante la belleza de lo que atisbaban. Pues ahí tienen lo que había. Es lo mismo que se pregunta el espectador ante el rostro impasible de algunos personajes de Hitchcock tipo Marnie la ladrona. ¿Qué habrá ahí debajo? Pues un cráter, siempre hay un cráter, un agujero, el agujero que nos constituye.
Piensa uno en un volcán submarino como el de El Hierro, cuyo cráter tiene, por lo visto, 120 metros, y le vienen a uno a la cabeza todos los monstruos con los que ha soñado de niño y de mayor, con los que todavía sueña. Se dice pronto, una boca irregular gigante, sin labios, que respira desde las profundidades del océano, arrojando con su aliento gases y fluidos de diversa naturaleza y de colores llamativos, entre los que predomina el verde, como en el vómito de una comida de Navidad. Si una boca de esas características da miedo en un cuento de tapa dura, imaginarla en el fondo del mar produce pánico. Aun sabiendo que se trata de un fenómeno natural, de carácter geológico, piensa uno en ella como si se tratara de una boca humana, o inhumana, pero de carne, en fin, pura biología al servicio del terror. Para añadir más desasosiego al asunto, resulta que esta boca se encuentra en una zona llamada Mar de las Calmas. Todo cuadra. El infierno se manifiesta con frecuencia en el pasillo de la propia vivienda. Cuando en una película policiaca no pasa nada, o es muy mala o está a punto de ocurrir algo atroz. Ignoro si el nombre Mar de las Calmas es irónico, pero merecería serlo, dada la situación.
Las profundidades marinas se han utilizado con frecuencia como metáfora del mundo subconsciente. No nos extraña. También en ese Mar de las Calmas de la geografía psíquica aparecen a veces cráteres de una actividad inusitada que acaban conduciéndole a uno al diván del psicoanalista o a la consulta del psiquiatra. Por las rendijas del subconsciente llegan a las superficie consciente gases, materiales y fluidos que alteran la existencia cotidiana de cada uno como el cráter de El Hierro ha alterado la vida colectiva de los habitantes de La Restinga que era, hasta el momento, un lugar paradisíaco para los aficionados al buceo. ¿Qué habrá ahí abajo?, se preguntaban estos exploradores submarinos ante la belleza de lo que atisbaban. Pues ahí tienen lo que había. Es lo mismo que se pregunta el espectador ante el rostro impasible de algunos personajes de Hitchcock tipo Marnie la ladrona. ¿Qué habrá ahí debajo? Pues un cráter, siempre hay un cráter, un agujero, el agujero que nos constituye.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada