CAMISAS DE FUERZA
En el último debate electoral entre Rajoy y Zapatero, se pactaron, entre otras cosas importantes, que las sillas ocupadas por los contendientes carecieran de brazos y de ruedas. Lo de los brazos, para evitar posturas relajadas; lo de las ruedas, para permanecer estáticos. Se habló también, claro, de la iluminación, de la temperatura del plató y quizá de la humedad relativa del aire. Desde aquel mítico enfrentamiento entre Nixon y Kennedy, que marcó el comienzo de la de Edad Moderna de la tele, todo el mundo confía más en la corbata que en las ideas. Si tienes un buen discurso, pero llevas el cuello de la camisa levantado, malo. Esta obsesión por las cuestiones formales ha conducido a los propios espectadores a fijarse más en la calidad del afeitado que en la de la sintaxis. No importa quién sea el mejor desde el punto de vista intelectual, lo interesante es si Rubalcaba logrará permanecer erguido (tiene tendencia a arquear la columna) o si Rajoy logrará mantener la mirada fija en un punto (se le va con frecuencia hacia el vacío). Ahora mismo, los expertos de uno y otro partido se encuentran inmersos en durísimas negociaciones acerca de la altura del atril (si debaten de pie) o la forma del respaldo de las sillas (si lo hacen sentados). Lo que buscan tanto los del PP como los del PSOE es la neutralidad máxima. Si no tienen más remedio que debatir, que la discusión sea lo más parecido a un no debate. En cierto modo, se trata de la cuadratura del círculo. Buscan un diálogo que no sea un diálogo, un programa de tele que no sea un programa de tele, un encuentro que no sea un encuentro. Esta tendencia, llevada al paroxismo (qué rayos significará paroxismo) nos conducirá en pocos años a que los candidatos exijan debatir en camisa de fuerza a fin de que ningún movimiento extraño les haga perder ventaja frente al otro. Más aún, solicitarán también salir con una careta de sí mismos superpuesta sobre su rostro, para evitar posibles tics nerviosos. Tampoco sería raro que decidieran no hablar. Al fin y al cabo, para no decir nada, mejor verlos callados durante media hora, el uno frente al otro, mientras los contribuyentes juzgamos la calidad de sus caretas y de sus camisas de fuerza, es decir, la calidad de su locura y de la nuestra.
En el último debate electoral entre Rajoy y Zapatero, se pactaron, entre otras cosas importantes, que las sillas ocupadas por los contendientes carecieran de brazos y de ruedas. Lo de los brazos, para evitar posturas relajadas; lo de las ruedas, para permanecer estáticos. Se habló también, claro, de la iluminación, de la temperatura del plató y quizá de la humedad relativa del aire. Desde aquel mítico enfrentamiento entre Nixon y Kennedy, que marcó el comienzo de la de Edad Moderna de la tele, todo el mundo confía más en la corbata que en las ideas. Si tienes un buen discurso, pero llevas el cuello de la camisa levantado, malo. Esta obsesión por las cuestiones formales ha conducido a los propios espectadores a fijarse más en la calidad del afeitado que en la de la sintaxis. No importa quién sea el mejor desde el punto de vista intelectual, lo interesante es si Rubalcaba logrará permanecer erguido (tiene tendencia a arquear la columna) o si Rajoy logrará mantener la mirada fija en un punto (se le va con frecuencia hacia el vacío). Ahora mismo, los expertos de uno y otro partido se encuentran inmersos en durísimas negociaciones acerca de la altura del atril (si debaten de pie) o la forma del respaldo de las sillas (si lo hacen sentados). Lo que buscan tanto los del PP como los del PSOE es la neutralidad máxima. Si no tienen más remedio que debatir, que la discusión sea lo más parecido a un no debate. En cierto modo, se trata de la cuadratura del círculo. Buscan un diálogo que no sea un diálogo, un programa de tele que no sea un programa de tele, un encuentro que no sea un encuentro. Esta tendencia, llevada al paroxismo (qué rayos significará paroxismo) nos conducirá en pocos años a que los candidatos exijan debatir en camisa de fuerza a fin de que ningún movimiento extraño les haga perder ventaja frente al otro. Más aún, solicitarán también salir con una careta de sí mismos superpuesta sobre su rostro, para evitar posibles tics nerviosos. Tampoco sería raro que decidieran no hablar. Al fin y al cabo, para no decir nada, mejor verlos callados durante media hora, el uno frente al otro, mientras los contribuyentes juzgamos la calidad de sus caretas y de sus camisas de fuerza, es decir, la calidad de su locura y de la nuestra.
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