LA PUERTA
El hombre de las cavernas no sabía que era el hombre de las cavernas ni el de la Edad de Bronce que era el de la Edad de Bronce. Cuando Colón pisó América, ignoraba asimismo su extensión. En cambio, nosotros sabemos que nos encontramos en el paleolítico de la era digital. Somos sus neardentales. A un crío se le ocurre Facebook y se hace multimillonario en cuatro días, lo mismo que el que descubre Twitter o el que da con una aplicación ingeniosa para la tableta o el teléfono móvil. Así las cosas, debe de provocar un sentimiento de impotencia enorme la incapacidad para dar con un negocio nuevo cada semana. Es lo que me decía un chico joven empeñado en abrirse camino en ese territorio:
-Sé que hay algo esperándome ahí, detrás de una puerta, pero no sé qué puerta es.
Debe de haber varias novelas y películas tituladas de ese modo, «Detrás de la puerta». La puerta es uno de los grandes inventos de la humanidad, muy bien llevado luego a la literatura de terror. En cierto modo, la única tarea realmente trascendental en la vida del hombre es averiguar qué puerta debe abrir y si la abre para entrar o para salir. A veces pierde uno la existencia abriendo puertas que no son y entrando en sitios de los que debería salir o viceversa. La puerta presupone, claro, la existencia del pasillo, que es otra construcción metafórica fundamental. Conozco gente de sesenta años que no ha salido aún del de su infancia. A veces, la puerta para escapar de ese pasillo es invisible, inmaterial, falsa. A veces, la puerta falsa es la verdadera.
Cuando uno entra en Internet (en el caso de que no estemos dentro ya sin darnos cuenta), se abren ante él millones de puertas. No hemos conocido un pasillo tan largo ni con tantas entradas al desconsuelo, a la soledad, a la incomunicación, pues la mayoría de esas puertas no conducen sino al interior de la cueva prehistórica. Pero debe de haber alguna que se abra ante un panorama fantástico, ante una pradera gigantesca, una playa infinita, ante una Madame Bovary o una Guerra y paz del universo digital. El primero que dé con esa puerta se forra en todos los sentidos. Pero no sabemos si es real o imaginaria.
El hombre de las cavernas no sabía que era el hombre de las cavernas ni el de la Edad de Bronce que era el de la Edad de Bronce. Cuando Colón pisó América, ignoraba asimismo su extensión. En cambio, nosotros sabemos que nos encontramos en el paleolítico de la era digital. Somos sus neardentales. A un crío se le ocurre Facebook y se hace multimillonario en cuatro días, lo mismo que el que descubre Twitter o el que da con una aplicación ingeniosa para la tableta o el teléfono móvil. Así las cosas, debe de provocar un sentimiento de impotencia enorme la incapacidad para dar con un negocio nuevo cada semana. Es lo que me decía un chico joven empeñado en abrirse camino en ese territorio:
-Sé que hay algo esperándome ahí, detrás de una puerta, pero no sé qué puerta es.
Debe de haber varias novelas y películas tituladas de ese modo, «Detrás de la puerta». La puerta es uno de los grandes inventos de la humanidad, muy bien llevado luego a la literatura de terror. En cierto modo, la única tarea realmente trascendental en la vida del hombre es averiguar qué puerta debe abrir y si la abre para entrar o para salir. A veces pierde uno la existencia abriendo puertas que no son y entrando en sitios de los que debería salir o viceversa. La puerta presupone, claro, la existencia del pasillo, que es otra construcción metafórica fundamental. Conozco gente de sesenta años que no ha salido aún del de su infancia. A veces, la puerta para escapar de ese pasillo es invisible, inmaterial, falsa. A veces, la puerta falsa es la verdadera.
Cuando uno entra en Internet (en el caso de que no estemos dentro ya sin darnos cuenta), se abren ante él millones de puertas. No hemos conocido un pasillo tan largo ni con tantas entradas al desconsuelo, a la soledad, a la incomunicación, pues la mayoría de esas puertas no conducen sino al interior de la cueva prehistórica. Pero debe de haber alguna que se abra ante un panorama fantástico, ante una pradera gigantesca, una playa infinita, ante una Madame Bovary o una Guerra y paz del universo digital. El primero que dé con esa puerta se forra en todos los sentidos. Pero no sabemos si es real o imaginaria.
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