¿DEBO RETORMAR LA MEDICACIÓN?
Veo desde el tren lugares en los que no viviría nunca y en los que sin embargo he vivido. El paisaje está repleto de tumores sobre los que se alzan cuatro casas. Trato de imaginar cuán horribles serán allí los domingos por la tarde y al tratar de imaginarlo me doy cuenta de que lo sé porque los he pasado. ¿Se puede haber vivido en un lugar sin haber vivido en él? Parece que sí, y tal es mi caso. Tengo una memoria de otro que sin embargo era yo y recuerdo que ese otro se asomaba a las ventanas de esas viviendas colocadas sobre un tumor del paisaje y se decía: «Dios mío, ¿la vida es esto?». Y me recuerdo yendo a la pequeña escuela de aquel conjunto de casas maltrechas, como cajas de cartón mojadas. Puedo sentir el frío del aula y veo al profesor de bigote mal recortado y jersey de cremallera intentándonos explicar el mundo, como si él lo conociera. Recuerdo que ese profesor (de geografía, por cierto) apareció una mañana colgado del techo de la cocina de su casa. Jamás viví en ese pueblo, jamás tuve ese profesor, pero de algún modo, misteriosamente, viví allí y lo tuve.
El tren, que avanza veloz, está deficientemente aislado, de modo que llega dentro el ruido que produce, fuera, al desgarrar el aire con su morro. Va creando, con su embestida, vacíos que se vuelven a llenar a medida que avanza. Esos vacíos podrían succionar un rebaño entero de ovejas que pastara muy cerca. Jamás he visto algo semejante y sin embargo tengo un recuerdo muy preciso de ello. Si cierro los ojos, puedo ver volar, patas arriba, a los animales, estrellándose algunos contra los vagones, rompiéndose otros las patas contra las traviesas de las vías, puedo escuchar el ruido de sus duros cráneos al quebrarse contra las vías de acero.
Tengo una idea aproximada de quién soy y no ignoro que lo soy de manera harto provisional, por eso me sorprende que pueda ser al mismo tiempo ese sujeto que en el asiento de delante al mío, repasa los correos electrónicos de su ordenador. Sé que él no puede ser yo, jamás lo será, ni siquiera ha reparado en mí, nunca se le pasará por la cabeza la idea de ser ese tipo con el que coincidió en el tren. ¿Por qué entonces yo sí puedo, de alguna forma extraña, ser él? ¿Por qué he podido vivir en alguno de estos pueblos por los que atravesamos y que jamás pisé? ¿Debo retomar la medicación?
Veo desde el tren lugares en los que no viviría nunca y en los que sin embargo he vivido. El paisaje está repleto de tumores sobre los que se alzan cuatro casas. Trato de imaginar cuán horribles serán allí los domingos por la tarde y al tratar de imaginarlo me doy cuenta de que lo sé porque los he pasado. ¿Se puede haber vivido en un lugar sin haber vivido en él? Parece que sí, y tal es mi caso. Tengo una memoria de otro que sin embargo era yo y recuerdo que ese otro se asomaba a las ventanas de esas viviendas colocadas sobre un tumor del paisaje y se decía: «Dios mío, ¿la vida es esto?». Y me recuerdo yendo a la pequeña escuela de aquel conjunto de casas maltrechas, como cajas de cartón mojadas. Puedo sentir el frío del aula y veo al profesor de bigote mal recortado y jersey de cremallera intentándonos explicar el mundo, como si él lo conociera. Recuerdo que ese profesor (de geografía, por cierto) apareció una mañana colgado del techo de la cocina de su casa. Jamás viví en ese pueblo, jamás tuve ese profesor, pero de algún modo, misteriosamente, viví allí y lo tuve.
El tren, que avanza veloz, está deficientemente aislado, de modo que llega dentro el ruido que produce, fuera, al desgarrar el aire con su morro. Va creando, con su embestida, vacíos que se vuelven a llenar a medida que avanza. Esos vacíos podrían succionar un rebaño entero de ovejas que pastara muy cerca. Jamás he visto algo semejante y sin embargo tengo un recuerdo muy preciso de ello. Si cierro los ojos, puedo ver volar, patas arriba, a los animales, estrellándose algunos contra los vagones, rompiéndose otros las patas contra las traviesas de las vías, puedo escuchar el ruido de sus duros cráneos al quebrarse contra las vías de acero.
Tengo una idea aproximada de quién soy y no ignoro que lo soy de manera harto provisional, por eso me sorprende que pueda ser al mismo tiempo ese sujeto que en el asiento de delante al mío, repasa los correos electrónicos de su ordenador. Sé que él no puede ser yo, jamás lo será, ni siquiera ha reparado en mí, nunca se le pasará por la cabeza la idea de ser ese tipo con el que coincidió en el tren. ¿Por qué entonces yo sí puedo, de alguna forma extraña, ser él? ¿Por qué he podido vivir en alguno de estos pueblos por los que atravesamos y que jamás pisé? ¿Debo retomar la medicación?
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