METALES EXTRAÑOS, CUERPOS PESADOS
Martes. La hija de Cher, tras diversas intervenciones médicas, ya es un hombre. A preguntas de los periodistas declaró que toda su vida se había sentido dentro de un cuerpo extraño. Seguí esta noticia de reojo, con la visión periférica, sin prestarle demasiada atención. Pese a ello, constato que la hija de Cher, ahora hijo, ha dicho lo que todos los transexuales: que se sentían dentro de un cuerpo extraño. Hace dos o tres semanas, me preguntaba yo en este diario si somos nuestro cuerpo o vivimos en nuestro cuerpo. Y me respondía que éramos nuestro cuerpo. La ilusión aristotélica de vivir en él resulta muy consoladora, pero no… Que seamos nuestro cuerpo no significa que lo sintamos como propio. También a mí me parece con frecuencia estar dentro de un cuerpo extraño. Mis manos, mis pies, mis orejas, no digamos mi hígado o mis riñones… Nunca he sabido qué rayos hacen ahí.
Miércoles. Ayer me acosté dándole vueltas a la expresión “cuerpo extraño”. Se utiliza también para denunciar algo que se encuentra donde no debe. Cuando dentro de una lata de fabada, por ejemplo, hallamos una tuerca. Una tuerca no es un cuerpo extraño en la caja de herramientas, pero sí en un bote de alcachofas. Si al abrir un huevo de gallina, encontráramos en su interior una perla de ostra, esa perla sería un cuerpo extraño. Confieso que abro los huevos y las latas de conserva con cierta inquietud, como con miedo a que aparezca dentro lo que no es. Cuando yo era pequeño, mi madre tropezó, al vaciar una lata de sardinas, con un pequeño envoltorio de plástico en cuyo interior había un papel con la siguiente leyenda: “¡Socorro!”. Recuerdo que dijo que había que denunciarlo y que mi padre la convenció para que desistiera de ello.
—¿Quieres que vayamos a la cárcel? –le preguntó.
En aquella época ibas a la cárcel por cualquier cosa, por nada. Todo, absolutamente todo, tenía una dimensión política.
Jueves. La expresión “metales pesados” me produce tanta extrañeza como la de “cuerpo extraño”. La escuché por primera vez durante el bachillerato, en clase de Física y Química. Predicar de un metal su pesadez me parecía una redundancia, pues no conocía ningún metal ligero. Aparte del efecto redundante, la expresión contenía también una amenaza mortal. Dice el periódico que el descontrol en el procesamiento de los metales pesados constituye un peligro para la naturaleza. ¿Hay, por cierto, en la naturaleza cuerpos extraños? Seguramente sí, y no son los escarabajos ni los ornitorrincos, por raros que parezcan. Los verdaderos cuerpos extraños de la naturaleza somos los seres humanos. Cuerpos pesados, metales extraños.
Viernes. Llego a la consulta de mi psicoanalista, me tumbo en el diván, coloco las manos sobre el pecho y me paso media hora hablando de los cuerpos extraños y de los metales pesados. Mi psicoanalista pregunta qué relación tienen conmigo los cuerpos extraños y los metales pesados.
—Creo que soy ambas cosas –digo–, un cuerpo extraño y un metal pesado.
—¿Así es como se percibe?
—Sí.
—Si le parece, hablaremos de esto el martes, ya es la hora.
Al abandonar la consulta, acudo a una cafetería cercana, donde, acomodado en la barra, pido un gin-tonic. Hay a mi lado un hombre mayor, con barba, en compañía de uno joven. El mayor le dice al joven que tiene que tener los dos pies en la tierra. Recalca la palabra dos, como si la dijera en negrita (dos).
—¿De qué te ha servido a ti tener los dos pies en la tierra? –pregunta el joven.
—No empieces con eso –responde el hombre mayor y se hunden ambos en un silencio rencoroso.
Muevo mi vaso y los hielos producen un ruido incómodo en aquella atmósfera tensa. Al poco, entra en la cafetería un cura vestido con sotana y se dirige hacia los dos hombres. El de la barba, tras darle la mano, le presenta al joven:
—Este es mi hijo, Enrique, del que le hablé el otro día.
Luego cogen sus consumiciones y se retiran a una mesa del fondo. ¿Tienen los curas los dos pies en la tierra?, me pregunto. ¿Y yo? ¿He vivido yo con los dos pies en la tierra? Ha empezado a llover. Semana dura, de tormenta
Martes. La hija de Cher, tras diversas intervenciones médicas, ya es un hombre. A preguntas de los periodistas declaró que toda su vida se había sentido dentro de un cuerpo extraño. Seguí esta noticia de reojo, con la visión periférica, sin prestarle demasiada atención. Pese a ello, constato que la hija de Cher, ahora hijo, ha dicho lo que todos los transexuales: que se sentían dentro de un cuerpo extraño. Hace dos o tres semanas, me preguntaba yo en este diario si somos nuestro cuerpo o vivimos en nuestro cuerpo. Y me respondía que éramos nuestro cuerpo. La ilusión aristotélica de vivir en él resulta muy consoladora, pero no… Que seamos nuestro cuerpo no significa que lo sintamos como propio. También a mí me parece con frecuencia estar dentro de un cuerpo extraño. Mis manos, mis pies, mis orejas, no digamos mi hígado o mis riñones… Nunca he sabido qué rayos hacen ahí.
Miércoles. Ayer me acosté dándole vueltas a la expresión “cuerpo extraño”. Se utiliza también para denunciar algo que se encuentra donde no debe. Cuando dentro de una lata de fabada, por ejemplo, hallamos una tuerca. Una tuerca no es un cuerpo extraño en la caja de herramientas, pero sí en un bote de alcachofas. Si al abrir un huevo de gallina, encontráramos en su interior una perla de ostra, esa perla sería un cuerpo extraño. Confieso que abro los huevos y las latas de conserva con cierta inquietud, como con miedo a que aparezca dentro lo que no es. Cuando yo era pequeño, mi madre tropezó, al vaciar una lata de sardinas, con un pequeño envoltorio de plástico en cuyo interior había un papel con la siguiente leyenda: “¡Socorro!”. Recuerdo que dijo que había que denunciarlo y que mi padre la convenció para que desistiera de ello.
—¿Quieres que vayamos a la cárcel? –le preguntó.
En aquella época ibas a la cárcel por cualquier cosa, por nada. Todo, absolutamente todo, tenía una dimensión política.
Jueves. La expresión “metales pesados” me produce tanta extrañeza como la de “cuerpo extraño”. La escuché por primera vez durante el bachillerato, en clase de Física y Química. Predicar de un metal su pesadez me parecía una redundancia, pues no conocía ningún metal ligero. Aparte del efecto redundante, la expresión contenía también una amenaza mortal. Dice el periódico que el descontrol en el procesamiento de los metales pesados constituye un peligro para la naturaleza. ¿Hay, por cierto, en la naturaleza cuerpos extraños? Seguramente sí, y no son los escarabajos ni los ornitorrincos, por raros que parezcan. Los verdaderos cuerpos extraños de la naturaleza somos los seres humanos. Cuerpos pesados, metales extraños.
Viernes. Llego a la consulta de mi psicoanalista, me tumbo en el diván, coloco las manos sobre el pecho y me paso media hora hablando de los cuerpos extraños y de los metales pesados. Mi psicoanalista pregunta qué relación tienen conmigo los cuerpos extraños y los metales pesados.
—Creo que soy ambas cosas –digo–, un cuerpo extraño y un metal pesado.
—¿Así es como se percibe?
—Sí.
—Si le parece, hablaremos de esto el martes, ya es la hora.
Al abandonar la consulta, acudo a una cafetería cercana, donde, acomodado en la barra, pido un gin-tonic. Hay a mi lado un hombre mayor, con barba, en compañía de uno joven. El mayor le dice al joven que tiene que tener los dos pies en la tierra. Recalca la palabra dos, como si la dijera en negrita (dos).
—¿De qué te ha servido a ti tener los dos pies en la tierra? –pregunta el joven.
—No empieces con eso –responde el hombre mayor y se hunden ambos en un silencio rencoroso.
Muevo mi vaso y los hielos producen un ruido incómodo en aquella atmósfera tensa. Al poco, entra en la cafetería un cura vestido con sotana y se dirige hacia los dos hombres. El de la barba, tras darle la mano, le presenta al joven:
—Este es mi hijo, Enrique, del que le hablé el otro día.
Luego cogen sus consumiciones y se retiran a una mesa del fondo. ¿Tienen los curas los dos pies en la tierra?, me pregunto. ¿Y yo? ¿He vivido yo con los dos pies en la tierra? Ha empezado a llover. Semana dura, de tormenta
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