MI PRIMERA BRONQUITIS
No sabemos si es preferible un crucifijo colgado que no signifique nada o un crucifijo ausente que signifique algo. Pese a ello, no tenemos otro remedio que tomar decisiones. Quizá no debimos haber bajado de los árboles ni adoptar la postura erecta, que tantos dolores de cabeza nos ha traído. Pero lo hicimos. Cuando digo que "lo hicimos" quiero decir que lo hicimos usted y yo, literalmente. ¿Recuerda?, vivíamos en las ramas, viajando de copa en copa, de tronco en tronco. Sólo ocasionalmente llegábamos a la base de un árbol, como el que bucea, para regresar de inmediato a la superficie. Según los antropólogos, la adaptación a la tierra no fue sencilla, primero porque nuestro cuerpo no estaba preparado para caminar por la sabana; segundo, porque allá abajo (aquí abajo) había virus para los que no estábamos inmunizados. Quizá entonces cogimos las primeras bronquitis. No necesito ni cerrar los ojos para recordar aquellos ataques de tos. Un monotosiendo es un espectáculo lamentable.
Recuerdo que me volví y vi a mi familia de monos, todos tosiendo, porque todos habíamos pillado la bronquitis. ¡Qué pena de familia! Aquella inflamación de los bronquios es la de ahora, la de hoy. Aún no se me ha quitado. He tenido que cambiar el gin tonic de media tarde por una cucharada de jarabe con codeína. Ya saben ustedes que gracias a la codeína tengo alucinaciones reales, valga la paradoja. Un día, en Bogotá, me desperté a medianoche, con fiebre, y me pareció que la nevera de la habitación estaba viva. Me había metido, antes de acostarme, una poción cuyo prospecto preferí no leer. Y me quedé dormido profundamente hasta que desperté a las tres o cuatro horas para sufrir la visión de la nevera. Fue también entonces cuando descubrí en la pared, sobre la cabecera de mi cama, la señal de un crucifijo que había sido descolgado. Ya no pude dormirme pensando en aquella ausencia. Había sido preferible que estuviera el crucifijo, para quitarlo yo, porque a ver cómo descuelgas una mancha. Durante el insomnio, regresé por primera vez a la sabana, y a mi primera bronquitis. La vida, cuando se ha sido mono (lo que implica continuar siéndolo en alguna medida), resulta muy confusa.
No sabemos si es preferible un crucifijo colgado que no signifique nada o un crucifijo ausente que signifique algo. Pese a ello, no tenemos otro remedio que tomar decisiones. Quizá no debimos haber bajado de los árboles ni adoptar la postura erecta, que tantos dolores de cabeza nos ha traído. Pero lo hicimos. Cuando digo que "lo hicimos" quiero decir que lo hicimos usted y yo, literalmente. ¿Recuerda?, vivíamos en las ramas, viajando de copa en copa, de tronco en tronco. Sólo ocasionalmente llegábamos a la base de un árbol, como el que bucea, para regresar de inmediato a la superficie. Según los antropólogos, la adaptación a la tierra no fue sencilla, primero porque nuestro cuerpo no estaba preparado para caminar por la sabana; segundo, porque allá abajo (aquí abajo) había virus para los que no estábamos inmunizados. Quizá entonces cogimos las primeras bronquitis. No necesito ni cerrar los ojos para recordar aquellos ataques de tos. Un monotosiendo es un espectáculo lamentable.
Recuerdo que me volví y vi a mi familia de monos, todos tosiendo, porque todos habíamos pillado la bronquitis. ¡Qué pena de familia! Aquella inflamación de los bronquios es la de ahora, la de hoy. Aún no se me ha quitado. He tenido que cambiar el gin tonic de media tarde por una cucharada de jarabe con codeína. Ya saben ustedes que gracias a la codeína tengo alucinaciones reales, valga la paradoja. Un día, en Bogotá, me desperté a medianoche, con fiebre, y me pareció que la nevera de la habitación estaba viva. Me había metido, antes de acostarme, una poción cuyo prospecto preferí no leer. Y me quedé dormido profundamente hasta que desperté a las tres o cuatro horas para sufrir la visión de la nevera. Fue también entonces cuando descubrí en la pared, sobre la cabecera de mi cama, la señal de un crucifijo que había sido descolgado. Ya no pude dormirme pensando en aquella ausencia. Había sido preferible que estuviera el crucifijo, para quitarlo yo, porque a ver cómo descuelgas una mancha. Durante el insomnio, regresé por primera vez a la sabana, y a mi primera bronquitis. La vida, cuando se ha sido mono (lo que implica continuar siéndolo en alguna medida), resulta muy confusa.
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