LA REALIDAD ES ALEATORIA
La situación actual del mundo árabe nos ha dado, una vez más, la oportunidad de fingir que entendemos el mundo. Abres el periódico o enciendes la radio y encuentras decenas de análisis que explican razonablemente lo ocurrido. Si tú no te habías dado cuenta, era porque no permanecías suficientemente atento a la pantalla. En el metro, en el autobús, en el bar, en la cena del sábado con los amigos, se repiten los argumentos escuchados o leídos en una ceremonia dirigida exclusivamente a representar que entendemos. Pero no entendemos. Todo lo que ahora se dice de Gadafi se podría haber dicho, por ejemplo, cuando le regaló un caballo a Aznar. O antes de que se lo regalara, da lo mismo. Se podía haber dicho hace quince días. Pero no se dijo. Y no se dijo porque el mundo, la realidad, la situación, el contexto, como ustedes quieran, es incomprensible. ¿Resulta duro admitirlo? Claro. Como resulta duro admitir que somos víctimas del azar. Por eso hablamos y actuamos como si fuéramos el resultado de una planificación. Me gustaría a mí saber cuáles son exactamente las proporciones entre lo planificado y lo llevado a cabo. Y esto sirve tanto para la vida privada como para la pública. Hace un mes pedí hora al dentista, que me la dio con quince días (lo que tarda en caducar un yogur). Sólo que el día anterior se murió el pobre de un infarto. ¿Que estaba gordo? Sí. ¿Que tenía problemas de tensión? También. Pero por qué fue a morirse precisamente ese día. Pues porque sí, por las mismas razones por las que el coche nos deja tirados un martes en lugar de un miércoles. No comprendemos del todo el microondas, pero pretendemos entender el mundo. Rodrigo Rato, una de las estrellas del universo económico, ni siquiera olió la crisis cuando dirigía el FMI, que constituye uno de los mejores observatorios de la marcha del universo. No se lo reprochamos. Nadie vio nada, ni siquiera los que, como el mencionado, cobraban por ver. Da gusto leer a toro pasado los análisis de estos días sobre el 23 F, que nos cogió, digamos la verdad, como esa mañana en la que abrimos el ordenador y no funciona. ¿Por qué no funciona? Por un fallo aleatorio, que diría un técnico. Pues la realidad es aleatoria.
La situación actual del mundo árabe nos ha dado, una vez más, la oportunidad de fingir que entendemos el mundo. Abres el periódico o enciendes la radio y encuentras decenas de análisis que explican razonablemente lo ocurrido. Si tú no te habías dado cuenta, era porque no permanecías suficientemente atento a la pantalla. En el metro, en el autobús, en el bar, en la cena del sábado con los amigos, se repiten los argumentos escuchados o leídos en una ceremonia dirigida exclusivamente a representar que entendemos. Pero no entendemos. Todo lo que ahora se dice de Gadafi se podría haber dicho, por ejemplo, cuando le regaló un caballo a Aznar. O antes de que se lo regalara, da lo mismo. Se podía haber dicho hace quince días. Pero no se dijo. Y no se dijo porque el mundo, la realidad, la situación, el contexto, como ustedes quieran, es incomprensible. ¿Resulta duro admitirlo? Claro. Como resulta duro admitir que somos víctimas del azar. Por eso hablamos y actuamos como si fuéramos el resultado de una planificación. Me gustaría a mí saber cuáles son exactamente las proporciones entre lo planificado y lo llevado a cabo. Y esto sirve tanto para la vida privada como para la pública. Hace un mes pedí hora al dentista, que me la dio con quince días (lo que tarda en caducar un yogur). Sólo que el día anterior se murió el pobre de un infarto. ¿Que estaba gordo? Sí. ¿Que tenía problemas de tensión? También. Pero por qué fue a morirse precisamente ese día. Pues porque sí, por las mismas razones por las que el coche nos deja tirados un martes en lugar de un miércoles. No comprendemos del todo el microondas, pero pretendemos entender el mundo. Rodrigo Rato, una de las estrellas del universo económico, ni siquiera olió la crisis cuando dirigía el FMI, que constituye uno de los mejores observatorios de la marcha del universo. No se lo reprochamos. Nadie vio nada, ni siquiera los que, como el mencionado, cobraban por ver. Da gusto leer a toro pasado los análisis de estos días sobre el 23 F, que nos cogió, digamos la verdad, como esa mañana en la que abrimos el ordenador y no funciona. ¿Por qué no funciona? Por un fallo aleatorio, que diría un técnico. Pues la realidad es aleatoria.