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divendres, 31 de desembre del 2010

(Des)Propósitos

(DES)PROPÓSITOS

Desteorizarme, descomerme, desconvencerme, desoírme, desescucharme, desleerme, desescribirme, desamarme, desandarme, desvivirme, desaprenderme, descreerme, desnacerme, descomprobarme, desgolpearme, desavanzarme, despresionarme, desdormirme, desllorarme, desbordearme, desalquilarme, desinvertirme, desemplearme, desfamiliarizarme, desinventarme, desideologizarme, desnortarme, desayunarme, desabrocharme, desasomarme, desertarme, desembarazarme, desmemoriarme, desvencijarme, desdecirme, descerrajarme, desviarme, desmejorarme, desmarcarme, desmadejarme, desmocharme, desmovilizarme, desmigarme, desinsectarme, desintoxicarme, deslizarme, desmadrarme, descalcularme, desrazonarme, desafirmarme, deshuesarme, desgajarme, desterrarme, desgañitarme, desfibrilarme, desencontrarme, desgozarme, desengañarme, desencenderme, desapagarme, desespesarme, debilitarme, desmasturbarme, despreciarme, desmayarme, desborrarme, desalojarme, desalmarme, desvivirme, desaguarme, descalzarme, desenturbiarme, descorcharme, desenfadarme, desviscerarme, desacentuarme, desalarmarme, desinfartarme, desmilitarizarme, desposibilitarme, desespañoli-zarme, desconflictuarme, descompletarme, desglobalizarme, desemplearme, desinteresarme, despersonalizarme, desalfabetizarme, desliarme, desradiarme, despublicarme, desmoralizarme, desinhumarme, descristianarme, desbarrancarme, descomplicarme, desafrancesarme, destilarme, desposibilitarme, desencantarme, desdoblarme, desenorgullecerme, decapitarme, desorbitarme, descalzarme, desabrirme, desfondarme, deletrearme, desventrarme, desinvernarme, desdecirme, desembutirme, desempeñarme, deshipotecarme, desputearme, desafeitarme, deslavarme, desarreglarme, desdrogarme, descocinarme. Deslumbrarme.

diumenge, 26 de desembre del 2010

A excepción de una Barbie

A EXCEPCIÓN DE UNA BARBIE

Ignoro cuándo empezaron a proliferar las tiendas de cosas inútiles, pero quizá surgieron como una reacción pendular al dominio anterior de las tiendas de cosas útiles. Si tuviera que dividir mi vida en dos partes, la primera de ellas pertenecería a aquella en la que no poseía nada susceptible de no ser utilizado y, la segunda, a aquella otra en la que la que la mayor parte de mis pertenencias no sirven para nada. Tengo hasta una Barbie que me regalaron en un programa de televisión en la creencia de que las coleccionaba (un malentendido largo de explicar). Por cierto, que se trata de una Barbie de colección a la que no me atrevo a sacar de la caja porque parte de su valor reside en eso, en que jamás ha tomado el aire. De vez en cuando, la abro y me extasío ante la belleza de sus pestañas, la calidad de su melena, la turgencia de sus labios rojos (rojísimos), la delicadeza de sus senos, la longitud de sus piernas, etcétera. No es broma, tendrían ustedes que verla para comprender mi entusiasmo (a todas luces patológico). Lo más curioso de todo es que no tiene sexo. ¿Puede haber belleza sin sexo? He ahí la gran pregunta. Lo evidente es que hay sexo sin belleza.

Gran parte de los objetos que nos rodean evocan, precisamente, y por su fealdad, el sexo sin belleza. Debido a la crisis galopante con la que ha coincidido esta navidad, no sería raro que nos dedicáramos a regalar detalles. Los detalles salen baratos, pero son una peste. Equivalen, créanme, al sexo sin amor, o sea, a la genitalidad pura y dura. Cuídense de esos regalos que matan el espíritu. Y lo matan porque son cosas a secas, es decir, su tráfico convierte tanto al que obsequia como a la persona obsequiada, en meros objetos, en bultos sin alma. Regalen ustedes artefactos que, aunque baratos, se resistan a ser cosificados. Pongamos una buena serie de televisión. Pongamos un buen libro (incluso en edición de bolsillo). Pongamos un buen disco… Utilicemos, en fin, la crisis para personificarnos, para invertir el proceso cosificador en el que habíamos caído. Personalmente, preferiría que me regalaran una docena de huevos de granja a una cosa (excepto si se trata de una Barbie).

divendres, 24 de desembre del 2010

El silencio

EL SILENCIO

Recibí un sobre sin remite con un montón de pelos cortos y duros, como los de las cejas, en su interior. Tuve miedo porque las partes del cuerpo asustan más que el cuerpo entero. Esto fue un lunes, creo. El viernes de la misma semana, cuando firmaba ejemplares de mi última novela en una librería, se acercó una señora que me pareció rara sin saber por qué. Lo averigüé enseguida: llevaba las cejas completamente depiladas. Me puse en guardia, claro, por si se tratara de la loca que me había hecho llegar aquel regalo, pero ni hizo ni dijo nada sospechoso. A la semana siguiente recibí un sobre con fragmentos de uñas. Tuve miedo de nuevo por las razones señaladas más arriba.

Poco después, firmando libros en otro establecimiento, una mano con las uñas exageradamente cortas depositó un ejemplar sobre la mesa. Al levantar la cabeza, comprobé que la mano sin uñas pertenecía a la señora de las cejas depiladas, que tampoco en esta ocasión se portó de forma sospechosa. Durante los siguientes días abrí el correo con aprensión, por si me llegara una oreja, un dedo, un diente, un ojo de cristal... No hubo nada, lo que fue en parte un alivio y en parte una decepción. Me molestaba que la historia acabara así, inconclusa, como la mayoría de las historias reales. Entonces, pasados unos meses, cuando ya había olvidado el incidente, estaba tomándome el gin-tonic de media tarde en la barra de un bar, cuando se sentó a mi lado la señora de las cejas depiladas y las uñas cortas, que se había dejado crecer las unas y las otras. Me preguntó si tenía un cigarrillo y le dije que no. Me pidió la hora y le di una cualquiera, la primera que me vino a la cabeza. Molesta, se levantó y se fue. A los pocos días recibí un sobre en cuyo interior no había uñas ni cejas, no había nada. Y entonces sí que pasé miedo de verdad. El silencio es lo peor.

dimecres, 22 de desembre del 2010

Una cosa autobiográfica

UNA COSA AUTOBIOGRÁFICA

Estaba tomándome el gin tonic de media tarde cuando el joven de la mesa de al lado me dijo que dirigía una revista.

-¿Qué clase de revista? –pregunté.

-Se trata de una revista sin clase —respondió—, tomamos textos de aquí y de allá, los imprimimos, los encuadernamos y punto.

-¿Mezcláis entonces toda clase de temas?

-Exacto, como cuando en un terreno sin cultivar crecen cosas diferentes, cada una de su padre y de su madre.

-En los terrenos sin cultivar —dije— crecen sobre todo malas hierbas.

-Pues entonces es una revista de malas hierbas.

-Ya —concluí fingiendo que acababa de recibir un mensaje en el móvil.

-Usted no se está tomando un gin tonic —dijo al rato el chico.

-No —dije—, me estoy tomando un té.

-¿Por qué finge entonces que se está tomando un gin tonic?

-No finjo nada —respondí molesto—, me estoy tomando un té.

-Pero en sus artículos dice que a esta hora se toma un gin tonic.

-Se trata de un recurso literario.

-Pues para mí es una mentira. Muchos jóvenes creerán que para ser escritor resulta preciso tomarse un gin tonic a media tarde. Los incita usted al alcoholismo.

-Los jóvenes no me leen —argumenté un poco avergonzado.

-Yo sí, por eso me estoy tomando un gin tonic.

Le propuse en broma que cambiáramos las consumiciones y, sorprendentemente, aceptó, así que le pasé mi té y él me pasó su gin tonic.

-Está bueno —dije dando el primer sorbo.

-El té tampoco está mal.

La ginebra llegaba a mi estómago desde donde, de forma misteriosa, se filtraba a la sangre y desde la sangre al cerebro. Sentí un estimulante golpe de euforia y decidí que en el futuro cambiaría el té de media tarde por el gin tonic. Entonces, el chico me pidió un artículo para su revista.

-¿Sobre qué? -le pregunté.

-Sobre las malas hierbas —dijo—, o sea, una cosa autobiográfica.

diumenge, 19 de desembre del 2010

Entre lo sensato y lo insensato

ENTRE LO SENSATO Y LO INSENSATO

Si el mundo fuera una sucursal bancaria (y quizá lo sea) en el trance de ser atracada, usted y yo seríamos simples clientes de la entidad que hemos tenido la mala suerte de estar en sitio equivocado a la hora equivocada. Quiere decirse que somos inocentes, lo que no nos libra de la posibilidad de recibir un tiro. De hecho, no hacemos otra cosa que encajarlos. A mí ya me han dado en la pierna y en un brazo, no sé dónde recibiré el del recorte de las pensiones o el del alargamiento de la vida laboral. Hasta hace poco, el término alargamiento venía asociado casi exclusivamente al pene, pero la existencia es dura y si algo malo puede pasar, pasa. Que nos han herido, vamos, a unos porque los han echado del trabajo, a otros porque les han quitado el cheque bebé, y a otros porque no reciben las ayudas previstas en la famosa ley relacionada con la dependencia.

Nos encontramos usted y yo, decíamos, en el interior de una sucursal bancaria (el mundo), a la que hemos acudido en calidad de clientes para renegociar nuestra hipoteca. De súbito, se oyen unos gritos y aparece un grupo de encapuchados enormemente violentos que nos mandan arrojarnos al suelo. Para demostrar que van en serio, muchos de nosotros, como ha quedado dicho, hemos sido heridos, de modo que hay sangre por todas partes. Aunque los atracadores llevan el rostro oculto, sabemos quiénes son: los poderes financieros, los mercados, las agencias de calificación y por ahí. Es decir, son abstracciones, pero abstracciones con pistola, abstracciones que poseen el poder de lo concreto. Con estas abstracciones, pocas bromas. Acaban de disparar en pleno rostro al cajero, un mileurista cuya madre, enferma, cobra una pensión de pena.

Pero no todo está perdido. De repente, aparecen unos negociadores llamados políticos. Los políticos, nos dicen desde fuera por la megafonía, se disponen a negociar con los atracadores. Lo suyo es que los detuvieran, o los liquidaran, pero por alguna razón que usted y yo desconocemos no se atreven. Ésa es la situación, amigos. Lo más sensato es que nos acomodemos en el suelo, nos taponemos las heridas y nos dispongamos a esperar. Claro, que a veces es mejor hacer lo insensato.

divendres, 17 de desembre del 2010

Estamos locos

ESTAMOS LOCOS

En las librerías analógicas entra cada día un ejército de gente con el objetivo expreso de no comprar. Decimos que son no compradores activos porque antes de decidirse a no comprar hojean largamente el libro que no les interesa. Cabe suponer que este tipo de consumidor inverso, al llegar a casa, y cuando su cónyuge le pregunta de dónde viene, le responde que de no comprar unos libros. ¿Y cuáles no has comprado? Pues no he comprado el de Auster, ni el de Ken Follet ni el de Almudena Grandes, ni el de Vargas Llosa... No comprar fatiga mucho, sobre todo si te pasas una tarde entera no comprando a Cervantes, Tolstói, Flaubert, Dostoievski, Kafka, Joyce... Creo que los libreros detestan a este espécimen porque ocupa mucho espacio, utiliza el servicio y deteriora la mercancía.


Las librerías digitales están llenas, en cambio, de clientes cibernéticos cuyo deseo es adquirir nuevos títulos para su iPad. Pero tampoco compran, en este caso porque el librero digital se resiste. Si usted lleva siete días intentando descargarse, previo pago, un libro electrónico y aún no lo ha logrado, no es porque usted sea un idiota, créame. No nos atreveríamos a decir quién es el idiota, pero alguno o algunos hay. Resulta increíble que las editoriales más grandes de nuestro país hayan creado una plataforma gigante de libros digitales cuyo objetivo parece ser el de no vender libros digitales. El problema es que lo disimulan porque usted no se da cuenta de que no quieren venderle hasta el quinto o sexto paso, o hasta la quinta o sexta librería cibernética. Entonces, cuando ya está a punto de estrellar su iPad contra el suelo, llega el típico cuñado listo y le aconseja piratear el libro, que es coser y cantar. Si la famosa plataforma se ha creado en realidad para no vender, que se ponga de acuerdo con los no compradores del primer párrafo.

dissabte, 11 de desembre del 2010

¡Viva lo insignificante!

¡VIVA LO INSIGNIFICANTE!

Lo grande y lo pequeño han convivido sin problemas durante siglos. Había tanto espacio para las dos categorías que a veces lo pequeño (David) le quebraba la crisma a lo grande (Goliat). Una versión de lo pequeño muy querida hasta hace poco era lo marginal, que convivía también con lo central sin grandes problemas, influyéndose mutuamente. Ahora mismo, en cambio, tiene uno la impresión de que sólo hay espacio para lo grande, para lo central. Twitter o Facebook triunfan por grandes y no por sus virtudes intrínsecas, que las tienen. Este avance de lo cuantitativo constituye uno de los efectos más devastadores de la globalización. Lo pequeño se identifica en nuestros días con lo accesorio y, por lo tanto, con lo prescindible. Y de lo prescindible se prescinde porque hay que ahorrar.

Si podemos quitarnos de encima la tilde de un adverbio, nos la quitamos sin remordimientos. Quizá no sea grave, pero es un síntoma. Gran parte de los textos aparecidos en las versiones digitales de los periódicos están "traducidos" de la versión analógica por un robot (un robot grande, se entiende). Este robot, al carecer de la sensibilidad del antiguo (y pequeño) corrector humano escribe de manera desaliñada, suprimiendo signos de puntuación esenciales desde el punto de vista de la calidad. No importa. Las visitas a estas versiones digitales se cuentan por millones, con independencia de su limpieza ortográfica. Nadie protesta ya por ello. Hace unos años, la principal seña de identidad de una publicación era estar bien escrita. Con estos criterios que sólo tienen en cuenta la cantidad, quizá no sobrevivan el cine minoritario ni la literatura de culto ni la televisión de calidad, por no hablar del bacalao al pilpil.

Quizá deberíamos rebelarnos, siquiera un poco, contra esa dictadura de lo grande. Tal vez deberíamos estimular las vocaciones relacionadas con lo pequeño. De la tensión entre el margen y el centro nace la clase media artística, absolutamente esencial para el mantenimiento del sistema. Si lo grande no se deja fecundar por lo pequeño, y viceversa, la vida se convierte en un engrudo insípido, asfixiante, embrutecedor. En fin, que a ver si somos capaces de regalar algo insignificante estas navidades.

divendres, 10 de desembre del 2010

Simultaneidades

SIMULTANEIDADES

Resulta admirable la habilidad de la política para elaborar doctrinas oficiales. A veces la doctrina oficial sobre un asunto precede al asunto mismo, lo que viene a ser como si escampara antes de llover. Gracias a esa maestría ya sabemos que los secretos políticos revelados por Wikileaks, y publicados por este periódico, son meros chismes, puras interpretaciones subjetivas de la realidad. He escuchado a varios ministros y ex ministros repetir la fórmula al pie de la letra. Ni siquiera se molestan en ser originales porque creen que hablan para idiotas. Seguro que al terminar la entrevista en la que han recitado el argumentario establecido les falta tiempo para telefonear a la Embajada de EE UU y asegurar al amo que querían decir lo contrario de lo que han dicho. Un político debe estar dispuesto a asegurar simultáneamente una cosa y su contraria. Quiere decirse que debe disponer de dos almas, de dos morales, de dos visiones del mundo, de dos gargantas (a la manera de un ventrílocuo). Un buen ministro ha de jurar a la familia de Couso que la apoyará en su búsqueda de la justicia y al embajador norteamericano que no permitirá que prospere la denuncia contra los asesinos del cámara. Con un poco de práctica se puede afirmar una cosa con la parte izquierda de la boca y otra completamente diferente con la derecha. Y no pasa nada porque ya ha quedado dicho que somos idiotas. El ministro dividido se marcha a la cama y logra que concilien el sueño sus dos almas, sus dos morales, sus dos visiones del mundo, sus dos gargantas.

El actual embajador de EE UU debe de estar enviando estos días a las autoridades de su país nuevos "chismes" según los cuales nuestros servidores públicos se desdicen de sus palabras apenas abandonan la emisora de radio desde la que han calificado de cotilla a su predecesor. ¡Viva todo!

dilluns, 6 de desembre del 2010

Pastillas alcohólicas

PASTILLAS ALCOHÓLICAS

En la mesa de al lado una pareja de ancianos tomaba chocolate con churros. Ella leía al mismo tiempo el prospecto de una medicina cuya caja, abierta, permanecía junto a la taza. En esto, levantó la vista hacia su compañero y preguntó:

—¿Excipiente es lo contrario de recipiente?

—Ahora no caigo —dijo él—, ¿por qué?

—Porque estas pastillas tienen excipiente.

El anciano meditó unos instantes al cabo de los cuales sentenció:

—Veamos —dijo—, si un recipiente es un cacharro para contener algo dentro, un excipiente serviría para contener algo fuera.

—¿Y cómo se contiene algo fuera? —preguntó ella.

—Supongo —replicó él— que los medicamentos se mezclan, para darles consistencia, con alguna sustancia inocua a la que llaman excipiente.

—Entonces los que vienen en cápsulas tienen recipiente en vez de excipiente.

—Presumo que sí.

La conversación me hizo reflexionar. Yo me estaba bebiendo el gin-tonic en un recipiente (de cristal, para más señas), pero quizá pudiera administrarse también en un excipiente.

Visualicé un gin-tonic con forma de pastilla. Me imaginé entrando en una farmacia.

—¿Me da una caja de gin-tonics, por favor?

—¿De 10 o de 20 miligramos? (Tienes que llevar cuidado con lo que imaginas. A la primera de cambio, no sabes cómo continuar).

—¿A cuántos gin-tonics equivale cada uno? —pregunté.

—El de diez, a medio; el de 20, a uno.

Pedí el de 10 para tomarlo en un par de sorbos, y salí de la farmacia. De camino a casa, en el metro, me tomé una pastilla que me hizo efecto de inmediato, pues comencé a escuchar enseguida conversaciones extrañas. Antes de llegar a mi estación, me tragué la segunda.

En casa no había nadie y a mí se me habían olvidado las llaves, de modo que abandoné la fantasía y regresé a la realidad. Los ancianos se habían ido con el excipiente a otra parte.

divendres, 3 de desembre del 2010

Tragarse la píldora

TRAGARSE LA PÍLDORA

El lado oscuro de las medicinas son sus efectos secundarios. Todo en esta vida, incluido lo que cura, tiene un costado perverso, una sombra. A veces, la sombra ocupa más espacio que la luz. En Francia se acaba de prohibir un fármaco para la diabetes que mataba a sus consumidores. Se sabía que mataba desde hacía años, por eso estaba prohibido en muchos países. Pero la sanidad francesa prefirió mirar hacia otro lado. Cuando el lado óscuro de un fármaco (o de un automóvil, da lo mismo) se alía con el lado oscuro de la sociedad, el desperfecto está garantizado. Según un informe médio (optimista) de la Seguridad Social del país vecino, el medicamento habría matado a unas 500 personas y habría provocado la hospitalización de otras 3.500.

¿Cómo se llamaba el preparado? Mediator, se llamaba Mediator. A usted le dan una pastilla con ese nombre y se la toma sin el menor reparo. Mediator suena a intermediario bueno, a agente del lado amable de la realidad. Los nombres de las medicinas están diabólicamente bien pensados. ¿Cómo desconfiar de una cosa llamada aspirina? ¿O de un jarabe para la tos llamado Flutox? Los jarabes para la tos, además de aminorar el estornudo, calman el ánimo. Yo digo Flutox y me siento invadido por una suerte de misteriosa paz. Digo Bisolvón antes de acostarme y, pese a la violencia de la última sílaba (quizá por ello), un nudo se desata dentro de mí. Como la mayoría de la gente, servidor de ustedes está lleno de nudos interiores. Escribo para deshacerlos. Ahora mismo, mientras tecleo esta frase, noto cómo se disuelven dos o tres situados a la altura del pecho. Tengo en casa una de esas cajas con la tapadera de cristal donde se muestra una serie de nudos marineros. A veces, me detengo a contemplarlos fascinado por sus formas. Un nudo es en última instancia un tumor. Los más difíciles de deshacer son los inmateriales. Se muere uno con ellos, incluso de ellos.

A mí me dicen qeu hay un fármaco, de nombre Mediator, capaz de disolver obsesiones o nudos y me lo creo a pies juntillas, aunque no tenga ni idea de lo que significa a pies juntillas. Quiere decirse que mi lado oscuro se alía con el lado oscuro del fármaco y me trago la píldora. Menos mal que no soy francés.

Desórdenes

DESÓRDENES

El insomnio consiste en permanecer despierto mientras la realidad sueña, ronca o se mea en la cama (a veces te sueña, te ronca y se mea sobre ti). Un ojo abierto a las cuatro de la mañana, observando las sombras del techo, es como un grumo insoluble del día en medio del puré de la noche, un coágulo de abajo en el arriba, un cuajo de vida en la muerte, un núcleo de vejez en la infancia, un ramalazo de inteligencia en la estupidez... Imaginemos un trozo de noche atravesando el día. Hace poco, en un autobús de Madrid, a las dos de la tarde, un hombre ecuatoriano de mi edad dormía profundamente en el asiento de enfrente. Dormía y dormía pese al ajetreo circundante, pese a los frenazos, pese al estruendo procedente de la calle. Lo observé hasta que llegamos al final de la línea, donde nos levantamos todos menos él, que tuvo que ser despertado por el conductor.

Esa noche, durante el insomnio de las cuatro de la madrugada, intenté imaginarme a mí mismo durmiendo, de día, en el asiento de un autobús que atravesaba una ciudad extraña, lejana, quizá hostil. Mecido por esta idea, caí al poco en un sueño profundísimo del que me desperté no sé si al cabo de media hora o de tres años. El caso es que no me encontraba en la cama, sino en un autobús de Quito, adonde había viajado por razones de trabajo. Pasado el primer momento de perplejidad, y una vez que logré situarme en el espacio y en el tiempo, intenté averiguar cómo se había producido aquella rara articulación entre esos tres momentos tan distantes: yo en un autobús de Madrid, frente a un ecuatoriano dormido; yo, en la cama de mi dormitorio, insomne, recordando al inmigrante; y, de repente, yo, dormido, en un autobús de Quito. No lo logré, no supe qué había ocurrido. He ahí un grumo de desorden cronológico en medio del orden temporal al que estamos acostumbrados.