FRÍO EN CASTELLÓN
Hasta hace poco, se decía que afuera hacía mucho frío:
-Piénsatelo, Vicente, que afuera hace mucho frío.
Vicente era un empleado cualquiera al que su jefe de personal o de recursos humanos instaba a que aceptara unas condiciones laborales infames a cambio de no ser despedido. Afuera hace mucho frío. No recordamos en qué momento comenzaron a utilizarse el afuera y el frío como metáforas del desamparo, pero lo cierto es que la frase quedó acuñada como una moneda de curso legal. Afuera hace mucho frío. Y uno tragaba, qué se le iba a hacer. El problema es que empieza a hacer tanto frío afuera como dentro.
En un instituto de enseñanza media de Castellón, por ejemplo, los estudiantes acuden a clase con manta porque han cortado la calefacción. Un chico sacó una foto del aula, la colgó en Facebook, y la dirección lo expulsó de palabra durante cuatro días, aunque tuvo que readmitirlo al comprender que lo lógico no era quemar en una hoguera al chico, sino encender la calefacción.
Pero lo interesante es la idea de que el frío se ha colado dentro y que el interior ha devenido también en intemperie.
-Piénsatelo, Vicente, dentro hace mucho frío.
Cuando una empresa lleva cuatro meses sin pagarte, ¿qué diferencia hay entre fichar o no fichar, entre levantarse o no levantarse de la cama? Una de las ideas de más éxito a lo largo de la historia de la literatura es aquella que ha consistido en confundir el mundo de los sueños con el de la vigilia, o el de los vivos con el de los muertos (véase, verbi gracia, Pedro Páramo). Ello se debe a que tal borrado de fronteras metaforiza muy bien la condición ambigua de los seres humanos.
La confusión funciona en el arte, pero provoca desastres cuando la llevas (la extrapolas que diría un cursi) a la realidad. Quiere decirse que cuando empieza a hacer frío dentro, en el tuétano, en la médula, en el corazón, es que uno está listo para la autopsia sin género de dudas. Los cortes de luz en los colegios, de la calefacción en los institutos y de los presupuestos en investigación no metaforizan la muerte, son la muerte. Esto parece un tanatorio.
Voluntario. En cuanto a Marte, algunos científicos piensan que ya podríamos desplazarnos hasta su superficie, pero sólo en viaje de ida. En eso, Marte se parece a las drogas duras, de las que pocos vuelven. Y a la muerte, de la que no regresa nadie. Droga y muerte, en fin, una combinación bastante común. ¿Cómo desintoxicarse de Marte una vez probada su soledad celeste? Hemos viajado tantas veces en sueños a ese lugar del universo que en cierto modo somos adictos a su polvo rojo. Mucha gente muere imaginariamente allí, en medio de sus míticas tormentas de colores, que por lo visto duran meses. Me lo contó el otro día la directora de una residencia de la tercera edad:
-Los últimos tres ancianos que han muerto en nuestro centro, creían que se encontraban en Marte, que fallecían en Marte. Lo malo es que se ha corrido la voz y una parte importante de nuestros internos está convencida que la residencia es marciana.
Le dije que yo no trataría de quitarles la idea. Se trata de un buen final para una vida absurda (todas lo son). Personalmente, daría cualquier cosa por pasar mis últimos días en un sitio sin estaciones de autobuses y sin museos de cera, por poner dos ejemplos de espacios que me desasosiegan, y en Marte habrá otras cosas, pero no estaciones de autobuses ni museos de cera. Marte es un suburbio gigantesco, con muy poca atmósfera, donde da gusto no salir de casa ni quitarse la escafandra. Yo no saldría de la estación espacial ni a recoger muestras, que es para lo que envían sondas a Marte, para recoger muestras. Qué manía, con las biopsias (y con las colonoscopias), ¿no?
La directora de la residencia ya mencionada me comentó también que muchos ancianos, debido a la crisis, están regresando al hogar de los hijos, lo que se toman como volver a la Tierra. Lo viven muy mal, y no me extraña porque ya hemos dicho que lo bueno de Marte, de momento al menos, es que no se puede volver.
Si necesitan voluntarios para ese viaje de ida, aquí me tienen. Les saldría barato porque sólo tendrían que transportar mi cuerpo físico. Mi alma lleva toda la vida allí.
Hasta hace poco, se decía que afuera hacía mucho frío:
-Piénsatelo, Vicente, que afuera hace mucho frío.
Vicente era un empleado cualquiera al que su jefe de personal o de recursos humanos instaba a que aceptara unas condiciones laborales infames a cambio de no ser despedido. Afuera hace mucho frío. No recordamos en qué momento comenzaron a utilizarse el afuera y el frío como metáforas del desamparo, pero lo cierto es que la frase quedó acuñada como una moneda de curso legal. Afuera hace mucho frío. Y uno tragaba, qué se le iba a hacer. El problema es que empieza a hacer tanto frío afuera como dentro.
En un instituto de enseñanza media de Castellón, por ejemplo, los estudiantes acuden a clase con manta porque han cortado la calefacción. Un chico sacó una foto del aula, la colgó en Facebook, y la dirección lo expulsó de palabra durante cuatro días, aunque tuvo que readmitirlo al comprender que lo lógico no era quemar en una hoguera al chico, sino encender la calefacción.
Pero lo interesante es la idea de que el frío se ha colado dentro y que el interior ha devenido también en intemperie.
-Piénsatelo, Vicente, dentro hace mucho frío.
Cuando una empresa lleva cuatro meses sin pagarte, ¿qué diferencia hay entre fichar o no fichar, entre levantarse o no levantarse de la cama? Una de las ideas de más éxito a lo largo de la historia de la literatura es aquella que ha consistido en confundir el mundo de los sueños con el de la vigilia, o el de los vivos con el de los muertos (véase, verbi gracia, Pedro Páramo). Ello se debe a que tal borrado de fronteras metaforiza muy bien la condición ambigua de los seres humanos.
La confusión funciona en el arte, pero provoca desastres cuando la llevas (la extrapolas que diría un cursi) a la realidad. Quiere decirse que cuando empieza a hacer frío dentro, en el tuétano, en la médula, en el corazón, es que uno está listo para la autopsia sin género de dudas. Los cortes de luz en los colegios, de la calefacción en los institutos y de los presupuestos en investigación no metaforizan la muerte, son la muerte. Esto parece un tanatorio.
Voluntario. En cuanto a Marte, algunos científicos piensan que ya podríamos desplazarnos hasta su superficie, pero sólo en viaje de ida. En eso, Marte se parece a las drogas duras, de las que pocos vuelven. Y a la muerte, de la que no regresa nadie. Droga y muerte, en fin, una combinación bastante común. ¿Cómo desintoxicarse de Marte una vez probada su soledad celeste? Hemos viajado tantas veces en sueños a ese lugar del universo que en cierto modo somos adictos a su polvo rojo. Mucha gente muere imaginariamente allí, en medio de sus míticas tormentas de colores, que por lo visto duran meses. Me lo contó el otro día la directora de una residencia de la tercera edad:
-Los últimos tres ancianos que han muerto en nuestro centro, creían que se encontraban en Marte, que fallecían en Marte. Lo malo es que se ha corrido la voz y una parte importante de nuestros internos está convencida que la residencia es marciana.
Le dije que yo no trataría de quitarles la idea. Se trata de un buen final para una vida absurda (todas lo son). Personalmente, daría cualquier cosa por pasar mis últimos días en un sitio sin estaciones de autobuses y sin museos de cera, por poner dos ejemplos de espacios que me desasosiegan, y en Marte habrá otras cosas, pero no estaciones de autobuses ni museos de cera. Marte es un suburbio gigantesco, con muy poca atmósfera, donde da gusto no salir de casa ni quitarse la escafandra. Yo no saldría de la estación espacial ni a recoger muestras, que es para lo que envían sondas a Marte, para recoger muestras. Qué manía, con las biopsias (y con las colonoscopias), ¿no?
La directora de la residencia ya mencionada me comentó también que muchos ancianos, debido a la crisis, están regresando al hogar de los hijos, lo que se toman como volver a la Tierra. Lo viven muy mal, y no me extraña porque ya hemos dicho que lo bueno de Marte, de momento al menos, es que no se puede volver.
Si necesitan voluntarios para ese viaje de ida, aquí me tienen. Les saldría barato porque sólo tendrían que transportar mi cuerpo físico. Mi alma lleva toda la vida allí.